¿Un hijo para qué?

Que la natalidad en Colombia hoy sea la más baja desde que se tiene registro es, en esencia, una buena noticia.

Aquí salen los grupos religiosos católicos y cristianos, y se persignan. Los números los alertan y, supone uno, se los atribuyen a la planificación familiar con pastillas, condones, inyecciones, dispositivos o cirugías, métodos que no son aceptados por la Iglesia. Y, más grave, a la práctica del aborto, que es legal en Colombia hasta la semana 24 de gestación.

Ejercen el derecho al activismo a favor de la vida, y cuelgan un pendón gigantesco de techo a piso en el Capitolio nacional con la foto de una mujer embarazada que invita a las demás a seguir su ejemplo con el texto: ¡ten hijos! Salva a Colombia.

Pero, si el papá del bebé en el vientre no fue el que tomó la foto del mega cartel, entonces el mensaje refuerza el patrón cultural que tiene al país envuelto en las mil violencias de las que es víctima: que los hombres preñan pero no tienen la obligación de criar; al fin y al cabo, “madre no hay sino una y padre es cualquier hp”. Flaco favor nos hacen los 54 congresistas de la bancada provida con su idea de salvación del país.

Y salen los economistas también, con sus proyecciones estadísticas, de fuerza laboral y desbalance etario que amenazan el crecimiento. ¡El futuro!

Reaccionan los que se miran el tamaño del bolsillo que tendrán en veinte años y deducen, con razón, que no habrá un relevo productivo suficiente para el pago de su pensión.

Sin embargo, el DANE dio una buena noticia con el informe de nacimientos que se publicó el 25 de septiembre porque, al margen de los totales, muestra una reducción significativa de los embarazos adolescentes: las mujeres entre 15 y 19 años tuvieron 51,1% menos hijos en la última década. También una reducción de los nacimientos de hijos de niñas entre los 10 y los 14 años, aunque en esta franja de edad cualquier cifra es trágica.

Las estadísticas muestran que la maternidad está siendo una condición (ojalá decisión) de mujeres cada vez mayores y que las tasas de fecundidad han bajado, inclusive, en regiones más marginadas y rurales. Fue en Vaupés, Sucre, Magdalena y Vichada donde más se contrajeron los nacimientos, según el DANE.

Los números parecerían el resultado de una mayor conciencia y autonomía de las mujeres en relación con su propia vida y con su entorno. Y, tal vez, aunque sería mucho decir, la llegada al mundo de menos niños en condiciones precarias o de rechazo.

No se puede ignorar, sin embargo, el mensaje que se esconde detrás de los números: un sentido generalizado de desesperanza ante los tiempos que corren.

—Un hijo para qué, ¿para que me lo maten la guerrilla, los paras o el Ejército?

—Un hijo para qué, ¿para no poderle dar comida y estudio?

—Un hijo para qué, ¿para que no le toquen selvas ni aire puro?

Cuando le di a mi mamá la noticia de mi segundo embarazo, ella se alegró con miedo: “Qué dicha otro nieto mija, pero lástima que le va a tocar un mundo sin agua”. Mis dos hijos crecen y serán fuerza productiva para el relevo, y aún hay agua suficiente para ellos. Pero los veo desarrollarse con alegría y miedo por el futuro que les espera.

Sería bueno que todo el mundo guardara los prejuicios y las camándulas para que pudiéramos hablar en serio de lo que significa salvar a Colombia que, sin duda, no es llamar a las mujeres a embarazarse y parir.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/

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