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No hay muerto que no me duela
No hay un bando ganador
No hay nada más que dolor
Y otra vida que se vuela
La guerra es muy mala escuela
No importa el disfraz que viste
Perdonen que no me aliste
Bajo ninguna bandera
Vale más cualquier quimera
Que un trozo de tela triste
Jorge Drexler, Milonga del Moro Judío.
Desde el siete de octubre del año pasado, la humanidad ha visto una escalada sin precedentes en uno de los conflictos bélicos más prolongados de Oriente Próximo, tras el brutal ataque del grupo terrorista Hamás, que provocó una respuesta desmesurada del Estado de Israel en Cisjordania y Gaza. Aunque la barbaridad del ataque de este grupo fundamentalista islámico contra la población civil israelí justificaría la legítima defensa de los organismos militares y de inteligencia de ese Estado, lo que hemos sido testigos estos meses es de una degradación tremenda del conflicto debido al desproporcionado uso de la fuerza, violaciones sistemáticas de derechos humanos, uso de armas químicas y ataques indiscriminados contra la población civil palestina, situación que alcanza ya más de 30,000 muertos.
Para Israel, ganar esta guerra trasciende la victoria militar; es necesario también no solo imponer a nivel mundial su visión del conflicto, sino también precisa del respaldo y el indulto de sus acciones. Para esto, se ha valido de una estrategia diplomática que busca la solidaridad y el apoyo de otros Estados, empresas y organizaciones internacionales, lográndolo con éxito. Pero ¿son también culpables del genocidio allí cometido quienes de alguna manera colaboran o simpatizan con los intereses del régimen de Netanyahu?
Según la filósofa política alemana Hannah Arendt, que abordó la teoría de la responsabilidad y la culpa en su icónica obra ‘Eichmann en Jerusalén’, cuando en una sociedad todos son culpables de una injusticia estructural, nadie termina siéndolo. La culpa requiere ser atribuida a individuos específicos por situaciones específicas: a Eichmann por el exterminio en masa de millones de judíos, a Netanyahu por el genocidio del pueblo palestino. Mientras que la responsabilidad para Arendt tiende a ser colectiva, y no responde únicamente a una actuación que directamente vaya en contra de un individuo o comunidad, puesto que la responsabilidad puede darse también por omisión, por permanecer impávido ante la masacre de civiles que, desesperados y famélicos, recogen unas cuantas provisiones.
El grueso de la población alemana quizás no era culpable directo de las cenizas de millones de seres humanos arrojados a los ríos de Polonia, o de los cuerpos amontonados en Mauthausen, Auschwitz o Treblinka, pero sus comportamientos serviles, permisivos, obedientes o indiferentes para con el régimen nazi, de alguna forma, permitieron que se siguiera alimentando, fortaleciendo y permaneciendo aquel sistema de industrialización de la muerte. En ello radica la banalidad del mal: en coexistir pacífica y cómodamente con la injusticia.
Por eso, cuando en una marcha, se proclaman arengas en favor del exterminio de unos, mientras se enarbolan las banderas de otros, quizás detrás haya personas con un desconocimiento fundamental del contexto, que quizás no tengan una clara diferenciación de los actores, los motivos o causas del conflicto, los antecedentes históricos o el conocimiento teórico para juzgar con criterio amplio lo que ocurre allí y discernir una postura humana y coherente. Pero, al alentar cualquier tipo de violencia o la desaparición de otros, quizás no implica apretar el gatillo, no implica ser culpable, pero sí se es responsable.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/