Faguas es el nombre del un país gobernado por mujeres, es la creación literaria de Gioconda Belli con la que nos invita a fantasear en su libro, El País de las Mujeres.
Por estos días he estado paseándome con mi imaginación por las calles de Faguas, he tratado de sentir en mi cuerpo su temperatura, he jugado pensando en sus colores, he recreado conversaciones con personajes fantásticos (deconstruidos), he comido en la mesa de las familias de ese país idílico, me he enamorado de muchos hombres locales de ese noexistentelugar y he hecho grandes amigas, conseguí el trabajo de mis sueños en Faguas, visité sus templos, coseché sus frutos, canté en sus campos y amé fantásticamente, la vida.
Pero como siempre uno despierta, y yo, me tardo unas milésimas de segundos, lo que pueden demorar un par de pestañeos, para aterrizar asustada en esta, la otra realidad. Entonces suspiro, hago un gesto desaprobador con la cabeza, traqueo los dedos de mis manos y vuelvo al país de los machos: los alfa, la beta, los gama, en fin, regreso forzosamente de esa distopía.
Es fácil hacer paralelos cuando uno despierta, comparar eso que uno estaba ensoñando con lo que ve al despertar. Pero como todos los sueños, se empieza a disolver rápidamente. Uno ya no sabe si lo está inventando y entonces, la realidad se toma la imaginación, nuevamente se cuelan por todos los rincones las ideas presentes, los hechos diarios y ruidosos, quedan lejos esos colores, sabores, cantos y conversaciones que el país de las mujeres me invitaba a imaginar.
Cuando despierto, llego aquí, a un país que se dice realista mágico, pero que sigue siendo más realista que mágico. Donde la idea macondiana sigue siendo ensoñación, en el que las mariposas amarillas siguen siendo desteñidas polillas. Donde todavía pensar en una mujer presidenta, alcaldesa, o gobernadora es una fantasía.
Un país machote, que grita en los recintos de la democracia, donde se insultan los que dicen que serán nuestros líderes, donde se usan los micrófonos para entonar canciones donde el culo, las tetas y las perras, son los personajes principales.
Un país que moraliza más la droga que el maltrato.
Un país que no alimenta a sus hijos, donde no se barren las calles y se paga por contaminar los ríos. Un país que lee poco pero que habla mucho, un país donde ni sus mujeres son capaces de declararse feministas por miedo a traicionar o no agradar a su opresor, el patriarcado.
Un país donde sus ciudadanos no están dispuestos a pagar su parte en impuestos, pero llaman a otros corruptos.
Un país en el que nos colamos en las filas y pegarle a una mujer es darle su merecido. Donde se suicidan masivamente los jóvenes y hay silencio. Un país donde ser bueno es ser blando y ser blando una vergüenza.
Cuando despierto y mi cabeza de manera casi involuntaria hace ese movimiento desaprobador, lo hace porque sabe que ese sueño de un país cuidador es todavía distante.
Esos sueños a veces suceden estando despierta, cuando estando en alguna conversación siento tufillos de un mundo posible ante algún buen comentario donde se abraza la diferencia, se crean formas colectivas de liderazgo, se piensa en el planeta que nos sostiene, se recurre al posibilismo, se habla de paz, de salud mental.
Pero muy rápidamente cuando uno está a punto de ilusionarse, llega un macho alfa o una mujer patriarca y con un simple gesto o una palabra, echa un balde de agua fría a esas ideas, todo para recordarnos que estamos aquí, que aun nada ha cambiado, que los discursos de un mundo más social, más amoroso, más consciente; son todavía utopías hippies que solo nos gusta leer en novelas, en revistas light, o en series de ciencia ficción. Pero en el mundo político, en el mundo de los negocios, en las realidades familiares, en el día a día de las personas, estamos lejos de incorporar esas ideas.
El país de las mujeres como ditsopía, fantasea con ideas como una política ética y bella, con el cuidado de todos los niños y niñas, con una seguridad sin violencia, con una agricultura que quite el hambre, con relaciones horizontales entre hombres y mujeres, con trabajos que no nos quiten dignidad y no demanden todo nuestro tiempo, con una ciencia respetuosa con la diferencia de género, con pagos justos por las labores, con calles reverdecidas. Es un lugar donde lo personal es político y lo político personal. El Partido de Izquierda Erótica (PIE) con que Gioconda Belli hace ganar a una mujer la presidencia, rescata la sexualidad, los cuerpos femeninos y nos invita a vivir sin vergüenza.
Ese país lo veo lejos, lo añoro, pero no se si lo veré en esta vida y aunque me levante por acercar ese sueño cada madrugada, no me engaño, no somos tantos como quisiera esos que queremos ver el fin del patriarcado.
Me pregunto por este país, por si algún día verá a una mujer en una posesión presidencial, o por si el despecho de la primera dama será alguna vez, el de un marido o una pareja homosexual, o estará vació porque pueda ganar alguien soltera o incluso con varias parejas de turno.
Me pregunto si tal vez llegue a ver un congreso feminista o si las estatuas de las plazas algún día serán colectivas, símbolos de luchas de muchos y no de hombrecitos uniformados que se ganan la medalla de millones que acompañaron y murieron en las causas. Me pregunto si podré ser testigo de empresas con guarderías y salas de lactancia, si veré menos hombres encabezando mesas, si podré conocer mujeres que hablen de cuidadanía, me pregunto por la calle y suspiro pensando si algún día nos sentiremos seguras en ellas.
Tal vez ese mundo se aproxime y aunque lento, viene dando sus pasos. No se si yo lo veré, pero no me inquieta tanto yo poder ser testigo como que esta humanidad en su larga historia, no se lo vaya a perder.
¿Será posible un mundo donde, cuando nos preguntemos por quién lo tienen más grande, estemos haciendo referencia al corazón?