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Llevo un par de semanas releyendo fragmentos de Tu cruz en el cielo desierto de Carolina Sanín. Hay uno, especialmente, que guardo en mí desde la primera vez que lo leí:

“El amor es una casual coincidencia. Uno puede enamorarse de cualquiera, según el momento. La elección del objeto amado se trae del sueño, y enamorarse coincide con despertar, o es despertar. Yo me había enamorado del poeta chileno como podría haberme enamorado de cualquier otro si lo hubiera visto primero el día que estaba para enamorarme, es decir, el día en que estaba lista para reanudar mi curiosidad por el mundo”.

Cuando lo leí por primera vez creía estar enamorada: mi entusiasmo por la vida dependía de la unión como idea, como fin, como deseo. Mi entusiasmo estaba atado a la esperanza de algún día ser de quien no ha amado. Ese, el enamoramiento unilateral, fue también renacer. ¿Pero cuántas veces podría despertar? ¿Lograría reanudar lo que había perdido? ¿Liberaría el dolor de no haber sido amada?

Elegir nuevos objetos amados dejó de ser, por años, mi intención, mi camino, mi posibilidad; pero enamorarse –que es reanudar la vida– necesita, solamente, de una coincidencia, una sola, para sentirse eterno. Despertarse no se explica, ni disimula ni limita. Elegir –o confiar, o conectar, o entregarse– viene del encuentro: el que surge con el anhelo de permanecer y de llevar el tiempo a lo que no agota.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/valentina-arango/

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