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En Medellín y Antioquia es difícil criticar. Por un lado, la ciudad de la eterna primavera, la que se recuperó de ser la más violenta del mundo, por otro, la región pujante, arriera, trabajadora y “berraca” que ha salido adelante a pesar de las montañas y el aislamiento del resto del país. Son, ciertamente, narrativas poderosas que hacen que el orgullo por la ciudad y la región sea marcado y contundente. Sin embargo, también puede ser tóxico.
El orgullo está bien, es motor de grandes hazañas y misiones, pero si es excesivo puede volverse un vicio con graves consecuencias. Los comités de aplausos en Medellín nos llevaron, nada más y nada menos, que a la victoria de Daniel Quintero Calle en las elecciones de 2019. Un tipo que se vistió de “independiente” para, precisamente, criticar a los círculos de poder -público y privado- que se hacían pacito, se daban palmaditas en la espalda en vez de corregir los problemas y gastaban miles de millones de pesos en publicidad para mantener una buena imagen. Y la gente, como estuvo de acuerdo con esas denuncias, le comió cuento al déspota.
Medellín venía de cuatro años de una administración corrupta y nefasta, así que la indignación colectiva generó iniciativas extremadamente valiosas como las veedurías ciudadanas y el control político en el Concejo. Este último, para una ciudad acostumbrada a que el órgano colegiado fuera como un segundo gabinete, fue un hito crucial. Los ciudadanos se organizaron y también lo hicieron los empresarios y líderes sociales para denunciar el desastre de Quintero y sus secuaces.
Actualmente, tenemos un Alcalde que ganó con más del 70% de los votos y que mantiene su aprobación por números cercanos. Se dice que a Medellín está volviendo la confianza y se está recuperando la esperanza. En Antioquia no veníamos de un gobierno nefasto como el de Medellín, y tenemos ahora a uno que tiene buena aprobación, pero parece estar enfocado en hacerle oposición al gobierno central. Narrativas que sirven para hacer ruido y generar emoción en los ciudadanos, pero no solucionan los problemas de la región y desembocan en los mismos comités de aplausos de siempre, a los que definitivamente no podemos regresar.
Las veedurías ciudadanas, financiadas principalmente por el empresariado, deben mantener su objetividad. La mayoría queremos que las administraciones, tanto local como departamental, sean eficientes y virtuosas en su proceder. Y, si se trata de los recursos públicos, deben seguirse impulsando estas organizaciones independientes para que realicen un trabajo riguroso: si encuentran que todo está bien, excelente, pero que tampoco les tiemble el micrófono para denunciar irregularidades.
La responsabilidad también es de nosotros, como ciudadanía, para ser vigilantes y críticos con las administraciones. Y con crítico no me refiero a hacer señalamientos sin fundamento, sino a ser partícipes en el debate público y en la construcción permanente de nuestras comunidades. No creamos que, porque ganaron los que nos caen bien, los que vemos más cercanos o son de nuestra orilla política, es un hecho que las cosas en la ciudad o la región mejoraron mágicamente. Porque muchos se escuchan así; creen que porque ganó Fico se le acabaron los problemas graves a la ciudad y ya todo está recuperado. Y que porque ganó Andrés Julián, ahora sí el Gobierno no va a meterse con Antioquia.
Cuidar lo público es responsabilidad de todos, y el control político es un pilar democrático que previene el regreso de los comités de aplausos y los paños de agua tibia que han derrocado conglomerados empresariales e impulsado la llegada de corruptos al poder. Que las lecciones del pasado sean aprendidas y no olvidadas, para que la historia no vuelva a repetirse. Que no cuestionemos sólo al político farsante sino, sobre todo, al que votamos en las pasadas elecciones.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mejia/