La tiranía de la juventud

La tiranía de la juventud

Me repito.

Esto que escribo, ya lo he dicho, pero eso somos, pocas ideas mejoradas a lápiz, máquina y tecla, o más bien, pantalla táctil.

Hablaré de aquellos a quienes llamamos- torciendo los ojos hacia arriba- líderes, caudillos, prohombres o promujeres, empresarios, políticos, en fin, esos que nos trajeron hasta aquí. Hablo de los de esta tierra, pero podría ser de cualquier parte.

En todos los tiempos hay quienes cambian la historia, con ideas y sobre todo acciones que construyen o abren caminos que no existían.

Esta ciudad no es la excepción y hubo esos y esas que, a punta de madrugadas, conversaciones, ideas convertidas en proyectos, sueños en empresas, trazos en carreteras, museos, jardines, centros de pensamiento; caminadas desgastantes en proyectos políticos; hicieron un modelo de ciudad.

Seres humanos, porque no podemos olvidar su condición dentro de la especie, que se jugaron el pellejo- no en el sentido metafórico- que pusieron su propio pecho, para encontrar la salida al narcotráfico que nos tenia asediados, para volver próspera una región que no era la capital de un país, que buscaron entre sus insomnios alguna idea para generar más empleo, que construyeron instituciones sólidas, que trajeron de los anaqueles los libros e invitaron a los pensadores académicos al ruedo para jugar en la cancha de lo cívico, que inventaron espacios improbables de conversación.

Hoy que empieza a caer contundentemente un proyecto ético de ciudad, reflexiono sobre ellos. Los he estado escuchando, a los que aún viven y leyendo a los que ya no.

Y principalmente siento vergüenza de mi generación, los sobrados y moralmente superiores millenials.

Como gatos cómodos en un sofá hemos cometido el error de la crítica inclemente a esos personajes. A quienes además hoy les solicitamos una estrategia para volver a donde nos habían dejado, no sin antes exigirles que se castiguen por las grietas que dejaron que es por donde hoy entra agua. 

Descarados que somos, es más fácil corregir un ensayo que escribir uno nuevo, o acaso, ¿qué página hemos escrito nosotros? Somos un ejercicio perezoso de editor cuando más y de críticos despiadados cuando menos.

Tampoco dejamos muy claro qué queremos aprender. Los escuchamos con prisa, sin tiempo, como buenos presos que somos de la época del click y de las agendas llenas en outlook. No conocemos bien sus caras porque nuestras pantallas compiten por su atención y está claro quién es David y quién Goliat en esa batalla.

Les exigimos resumir su historia en 140 caracteres y sus aprendizajes en un tonto y moderno “top 5”. Terminamos siempre simplificando su vida en la pregunta final: ¿qué les diría entonces a los jóvenes de hoy? Tic-toc, les quedan 3 minutos para esa respuesta porque el tiempo nuestro es como el tiempo al aire, muy costoso.

Los veo contra la pared, sometidos a nuestras inteligentes preguntas, unas que lanzamos sin dar la cara y que tienen preámbulo inteligente y largo, les cuestionamos cómo no se les ocurrió que esto pasaría, por qué no hicieron esto o aquello. Nuestro tono indica que nosotros lo habríamos hecho mejor.

Ellos con humildad, algunos, responden que es cierto, que lo lamentan, que habrían querido ver lo que hoy vemos, hacen aquello que deberíamos admirar, vuelven y creen, se preguntan por las visiones de futuro que no tuvieron en el pasado.

Nosotros solo tenemos retrovisor, de futuro poco, de responsabilidad menos, sabemos hacer memes con sus caras y gastamos el tiempo pensando en proyectos personales, start-ups y unicornios ¡es tan revelador que pensemos en unicornios!

Estuve escuchando a algunos de ellos por estos días en un bello programa de liderazgo público, nos hablaron en tono de invitación sobre ese “je ne sais quoi” que los posee o poseía para jugar con la piel en la cancha. CORAJE.

Coraje análogo de carne y hueso, no digital y de avatares como el de hoy, que pienso ahora, es una cobardía.

Otro resucitaba de las cavernas la importancia del conocimiento del TODO, la visión integral, sistémica y compleja, arrebatada por la era de la especialización que a nosotros los “jóvenes” nos fascina, nos da la posibilidad de ser tiranos técnicos que nadie comprende.

Algún otro trajo a la conversación, más que sus palabras, sus formas pintorescas, auténticas y simbólicas de llevar mensajes. Me conmovió hasta el alma entender que el mensaje tiene mensajero y que el arte acompaña al genio. Que son inseparables. Me hizo pensar en todo lo que perdemos cuando somos tan iguales en pantallas, en lo poco que nos atrevemos a ser nosotros mismos y nos convertimos en copias malas de un original.

Hablaron de esos días en que se ideó todo aquello que hoy damos por hecho. Del vínculo que los acerca, ese que se construye cara a cara, mirándose los ojos, encuentro tras desencuentro, que sucede en lugares reales tomando café. Porque entre quienes se coincide, por lo menos éticamente, siempre puede mediar una taza de algo que amenice una conversación sobre ideas, incluso contrarias.

Debo aquí agradecerles por el recuerdo de la calle, del barrio, del café, de las palabras directas, de la filosofía, del arte, de la ética, del coraje, del vínculo, de los libros, las emociones, la acción colectiva, de la historia, la empresa, la belleza de la política, la escucha, la integridad y la democracia.

Hoy se amenaza eso, por eso perderíamos tanto.

Los nombraría a todos si ese fuere un ejercicio justo, pero mi memoria no tiene esa fortuna y menos mi conocimiento, que apenas empieza a conocerlos y reconocerlos.

Me pregunto entonces, sobre nosotros los que nos decimos jóvenes, que además ya no somos tanto, ¿tenemos ese coraje?, ¿cuánto estamos dispuestos a perder como individuos por el bien común colectivo? ¿Seremos capaces de construir modelos políticos y empresariales éticos? ¿Leemos suficiente filosofía que nos dé luces en los más antiguos pero vigentes dilemas? ¿Creemos que las maquinas y algoritmos nos van a salvar de nosotros mismos? ¿Cuándo dejaremos de ser infantiles y nos haremos cargo? ¿Tenemos las herramientas personales para dar debates cara a cara con los distintos? ¿Vamos a sacar el tiempo de nuestras apretadas agendas para andar la calle y escuchar? ¿Tendremos algún día maestría (no masters o MBAs)? ¿Podremos dejar de refugiarnos en anglicismos y aprender a hablar con la gente? ¿Tendremos la valentía de poner nuestras caras y no emojis? ¿Podremos construir sobre lo construido? O ¿seremos televidentes o más bien serie-videntes de nuestra propia historia? ¿Tenemos la capacidad de premonición que tanto reclamamos?  ¿Podremos pavimentar la trocha que se abrió antaño?

Se nos acabaron las excusas porque el tiempo es inexorable y este es el nuestro, que, compartido con ellos- los lideres de antes- y sobre todo construido por ellos, nos pone ya no sobre sus hombros, sino sobre sus aprendizajes, al frente de nuestro propio destino.

Pero además a los viejos, a los adultos se les cuida en las manadas, no se les ataca como buitres ni menos se les hace correr como cachorros.

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