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Entender para amar

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“Las religiones nunca han explicado el origen del mal, solo que es culpa nuestra, como todo.”

Íñigo Domínguez. 

“…y mientras la noche era todo ese frío imaginado, porque ocurría fuera, y fuera siempre es lejos, y lo que sucede lejos solo puede, en rigor, imaginarse.”

 Subsuelo. Marcelo Luján.

Hoy se cumple un año de la guerra en Ucrania: 365 días de pavor y más de 300.000 víctimas. Van a ajustarse tres semanas del terremoto en Turquía y Siria, que deja cerca de 50.000 muertos y se estima afectará a alrededor de 24 millones de personas, entre ellas miles de niños huérfanos que pasan el frío del invierno sin casa, sin padres y sin destino. Números y números que duelen en un presente veloz para quedar atrás. Hace unos días, ante mis lágrimas frente a la pantalla, mi esposo me preguntó si iba a seguir viendo videos de personas y animales atrapados entre ruinas, rescates de niños preguntando por los padres que no volverían a ver. Le contesté que sí, sin más, pero después me pregunté por qué me seguía torturando. En otro video unos rescatistas españoles sacaron con vida a dos hermanitos, los envolvieron en un abrazo entre una chaqueta y, sollozando, voluntarios de diversos orígenes empezaron a aplaudir. Entonces supe que seguía viendo para compartir el dolor, pero también para identificar la esperanza en esta humanidad tan extraña.

Recuerda el periodista Íñigo Domínguez en una columna preciosa la reflexión de Voltaire en Cándido sobre el terremoto que casi destruyó a Lisboa en 1755: “El pensador francés puso en duda una tendencia de siglos, de base religiosa: todo está bien. Es el mejor de los mundos posibles, Dios sabe lo que hace. Desde entonces, y más aún tras el Holocausto, sabemos que todo está fatal, pero al menos ha perdido su estúpido prestigio como valle de lágrimas.” Y procede a preguntarse si esas imágenes de los vivos y los muertos en Siria y Turquía no deberían tener el poder de parar el mundo, y cómo es posible que la guerra en Ucrania y los bombardeos de Putin hayan continuado al día siguiente, y que el presidente sirio Bashar al-Ásad haya bombardeado zonas recién destruidas por el terremoto.

Todo eso dice mucho sobre la condición humana: es estremecedor atestiguar que hay gente capaz de desprenderse de su propia piel. Pero yo sigo atenta, descubriendo una resiliencia descomunal: he observado en los rescates de niños pequeños y animales, cómo se quedan quietecitos comprendiendo que los están ayudando, así no entiendan lo que sucede, y cómo muchos, adormilados cuando los encuentran, lloran cuando el rescate los devuelve a la realidad. Porque a veces llorar es volver a vivir. Leo sobre las científicas ucranianas en España, que trabajan sin saber dónde están sus esposos, hombres de distintas profesiones que ahora empuñan fusiles. Y sobre héroes que resisten en Ucrania cuidando animales que perdieron sus hogares bajo las bombas.

Todo esto ocurre mientras nos distraemos. Y mientras gurús de redes sociales insisten en ese ‘haz tus cosas bien y todo estará bien’. No, no todo está bien. Y sí, hay que ir un tantito más allá. Es que la ignorancia es culpable de un montón de tragedias a través de pequeñas decisiones. Oía en la radio cómo personas en Bogotá rechazaban o apoyaban tajantemente reformas impulsadas por el gobierno, reconociendo no saber muy bien de qué se trataban. Y leía cómo el fanático que acuchilló a Salman Rushdie, después confesó que ni siquiera había leído Los versos satánicos, sino que había visto videos de YouTube y el escritor le caía mal. Pensaba en la ineptitud del Alcalde de Medellín y en cómo un grupillo interesado lo apoya pasando por alto los detalles —detalles como los platos vacíos de un montón de niños que no son sus hijos por casualidad.

No podemos seguirnos diciendo que todo está bien, ni siquiera por el hecho de que la humanidad —que no el mundo— esté mejor. Escribió Sergio del Molino que «Somos, por suerte, olvidadizos. La desmemoria es a la vez una ventaja social y una debilidad. Gracias a que recordamos poco y mal, el rencor no nos paraliza, pero también somos vulnerables a la manipulación. Los políticos que aguantan en el poder son los que saben que todo se olvida pronto, y el olvido equivale al perdón». Debemos poder olvidar algunas cosas pero, por dios, no podemos olvidarlo todo. Y para eso es preciso entender mejor. Hablando sobre naturaleza en el podcast Universo No Apto, me recordaba el periodista Nicolás Ibargüen la idea de la bióloga Sylvia Earle, según la cual solamente podemos amar lo que entendemos y solo cuidamos lo que amamos.

Junto a una foto de una sobreviviente del terremoto protegiendo a un pajarito dentro de su abrigo, el activista sirio Muhammad Najen escribió que los sobrevivientes son lo más hermoso que hay en la tierra. Hay en ellos una belleza dolorosa. Por eso veo y leo insistentemente el horror, para ponerle un rostro que me lo acerque, pero también para buscar esas luces diminutas, visibles solo cuando está realmente oscuro, necesarias en una humanidad en la que la oscuridad aparece con frecuencia en pleno día. Esas luces ayudan al entendimiento que posibilita el amor que nos falta. Y deberían tener el poder de parar el mundo.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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