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29 de septiembre del 2022. Tuve el privilegio de ir a una charla con Sviatlana Tsikhanouskaya, la líder del movimiento de oposición de Bielorrusia. Me inscribí al evento más que todo porque un amigo me dijo que no quería ir solo, entonces me registré sin saber nada de Bielorrusia ni de ella ni de Lukashenko, el presidente actual.

Había escuchado hablar de Bielorrusia en una de las simulaciones de las Naciones Unidas en las que participé en el colegio, pero realmente nunca había profundizado mucho más. Antes de hoy, desconocía las protestas y movilizaciones que se han tomado las calles del país desde el 2020 y cómo miles de personas son encarceladas por periodos absurdos por hablar en contra del gobierno, por hablar en su lengua materna, o por hablar de corrupción.

En la charla aprendí que Tsikhanouskaya era profesora hasta el 2020, cuando su esposo, un activista en pro de la democracia, fue arrestado dos días luego de anunciar su candidatura a las elecciones presidenciales. Tsikhanouskaya asumió la candidatura en la ausencia de su éste y, ante las amenazas del presidente de enviarla a una cárcel y a sus hijos a un orfanato, tuvo que despedirse de ellos y enviarlos al extranjero. Luego de perder las elecciones, que muchos han calificado como fraudulentas, tuvo que huir. Su esposo sigue preso y no ha visto ni ha hablado con su familia en dos años.

Su intervención me hizo pensar en Volodymyr Zelenskyy, quien era comediante y actor antes de convertirse en el presidente de Ucrania, y quien se convirtió, desde febrero de este año, en el comandante de un país en guerra. Su esposa ha dicho en varias ocaciones que se sintió frustrada cuando Zelenskyy decidió lanzar su candidatura en el 2019 y exponer a su familia a la vida pública. Por su parte, él ha dicho que lo hizo por amor a su país y su odio a la corrupción.

En Irán, Mahsa Amini fue asesinada por la Policía de la Moralidad, cuyo trabajo se puede reducir a verificar que las mujeres se comporten de acuerdo a los estándares extremistas de los líderes (hombres) de su país. Oficialmente, “promueben la virtud y previenen el vicio.” Creo que es irónico que lo hagan sin castigar a los posibles viciosos, pero ese no es el punto de esta columna. Todavía no estoy lista para hablar del dolor profundo que me causa la situación en el Medio Oriente.

Amini estaba en una estación de tren con su hermano y fue detenida por usar pantalones muy apretados. Fue arrestada y tres días después surgieron fotos en redes sociales de su cuerpo atravesado por tubos. Estaba en coma por un supuesto ataque cardíaco, según el Estado, aunque las mujeres que fueron arrestadas con ella dijeron que habían visto como los oficiales la golpearon en la camioneta en la que la trasladaban a la cárcel a cumplir una condena por pantalones muy apretados. Su muerte ha provocado protestas en Irán y el mundo entero. Hemos visto por Instagram videos de mujeres cortándose el pelo en protesta, de multitudes de hombres y mujeres protestando en contra del régimen del país en lo que parece un movimiento único en su historia; inspirados por la muerte de una mujer y buscando la muerte de una dictadura.

Creo que la política se nos ha vendido como algo a lo que debemos aspirar. Crecemos viendo cómo todos a nuestro alrededor respetan y protegen a un presidente, a un monarca, o a un primer ministro, y se nos olvida que en realidad son ellos los que trabajan para nosotros. Somos nosotros los que les podemos exigir a ellos, pues son ellos, estos líderes, quienes nos deben. Creo que la política es mucho más efectiva cuando es accidental porque le recuerda a la persona elegida, y a aquellos a su alrededor, que no son más que el pueblo que representan. No es un favor el que nos hacen nuestros líderes cuando se esfuerzan, cuando logran atravesar crisis como la pandemia de COVID-19, un paro nacional, o una negociación internacional por vacunas; es su trabajo, lo mínimo es que lo hagan bien.

Más allá del coraje y de la representación del primer paso hacia una democracia verdadera, las personas que mencioné nos hacen ver lo que está mal en el sistema a nuestro alrededor. Tsikhanouskaya señaló lo grave que es la falta de pluralismo y de competencia política. También le dio la razón a Pzerworski cuando este escribió que la democracia es un “sistema en el que los partidos pierden.” Una democracia verdadera necesita tener partidos y candidatos que pierden con dignidad y justicia. Que pierden en las urnas. Zelenskyy resalta la necesidad de que cualquiera pueda asumir el poder si realmente desea representar los intereses, no de la mayoría de las personas, sino de la mayor cantidad de personas; y nos muestra que sí hay una diferencia, porque la democracia es el gobierno de, por y para la gente. Finalmente, Amini nos recordó el valor de una vida libre y de la conexión entre la democracia y la vida en libertad. Ese, creo, es el legado de la política accidental.

Va siendo hora de que en Colombia tengamos más líderes accidentales. Aquellos que no quieran su posición ni su prestigio, sino un bienestar mayor que ellos mismos. Un bienestar del pueblo. Es triste, porque no puedo nombrar a uno solo.

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