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Hay método para todo, incluso para saber lo que nos mueve el corazón.
La obsesión por obtener la respuesta a la eterna pregunta sobre cual es la razón por la que vinimos a vinimos a este mundo, nos está agobiando.
El estrés del propósito tiene a los más jóvenes ansiosos y a los más viejos frustrados.
He sido víctima de esa búsqueda, he llenado cuadritos de colores y he hecho actividades con post it y carteleras súper creativas buscando esa respuesta. Lo he escrito en varios idiomas, lo he pintado, le he compuesto una canción y varios poemas.
Conozco ya suficientes coaches y facilitadores, aquellos que se ganan la vida haciendo actividades variopintas que parecen carreras de observación que corren detrás del proposito perdido.
Honestamente, además de cansada de la misma actividad disfrazada de versiones pedagógicas distintas, cuestiono más que el método, la pregunta. Y aunque respeto la labor de ayudar a los demás a preguntarse sobre sí mismos, no veo con buenos ojos que el objetivo sea salir con una frase tipo Coca-Cola para definir la vida.
¿Cuál es la necesidad de saber a ciencia cierta el propósito de nuestra existencia? Si existiera esa respuesta, vivir no valdría la pena. Porque a encontrar la respuesta a esa pregunta filosófica angular nos dedicamos casi tiempo completo, queramos o no, sepamos o no. Pretendemos respuestas concretas a preguntas eternas…
Las personas no somos entidades jurídicas con misión y visión. Estamos más vivos que eso, somos más profundos e incalculablemente más complejos que eso… No tenemos estatutos, ni razón social y no podemos sacar la esencia de la existencia en talleres facilitados que incluyen su respectiva hora para el refrigerio y muchas dinámicas de contacto con extraños.
En los últimos años me he encontrado con jóvenes que me preguntan por esto con mucha ansiedad.
¿Cómo encuentro el propósito? ¿A que edad se sabe? ¿Cómo hiciste tú? ¿Cuáles son los tips para tener claridad en la vida?
No me lo han dicho, pero estoy segura que si tuvieran que pagar por esas respuestas, empezarían a ahorrar con todo su ahínco y entusiasmo.
Esta búsqueda se parece a visitar el médico para obtener un diagnóstico preciso y una receta infalible para la cura. Nos sentamos sin idea alguna de que nos pasa frente a un profesional que nos revisa, nos hace preguntas y termina escribiendo con una letra fatal la fórmula de los medicamentos que debemos tomar y las instrucciones de las horas y la cantidad de días en que debemos consumir esas recetas.
Pero el propósito no viene en tabletas. No lo venden en las farmacias, no viene empacado al vacío, ni hay un modelo de suscripción mensual con un ABC semanal con mensajes súper lindos de superación personal que nos harán sentir satisfechos.
El juego de la vida es la búsqueda atenta y maravillosa de esas cosas que nos hacen brillar los ojos.
El propósito para mi no es un eslogan. Es un constante movimiento hacia lo que dicta el corazón.
Es la escucha atenta de nosotros mismos que nos va marcando a donde ir a cada instante.
El propósito para mi no está perdido sino que siempre ha estado en la intuición. Del corazón. Siempre nos ha impulsado y llevado a tomar las decisiones más importantes de nuestra vida como la voz de Pepe Grillo que cuando no la escuchamos nos arrepentimos siempre porque sabíamos que era lo que debimos haber hecho.
Yo creo que la gente si sabe a qué vino, otra cosa es que no se lo permita, Que también es comprensible. Porque no nos enseñaron a ser felices sino a ser importantes. No nos enseñaron a disfrutar sino a ser productivos. No nos enseñaron a vivir para nosotros sino para las miradas de los demás. No nos enseñaron a ser auténticos porque podría parecer ridículo. Porque lo dijo alguien: “el hombre vivir no pide, morir no quiere, y vivir no sabe…”
Pero eso es otro problema. No es no saber, es no querer escucharnos.
Si tuviera que dar uno de esos tips de TikTok señalando arriba y abajo los mensajes, diría que la única forma de encontrar es buscar. Y la única de buscar es moverse y que para moverse hay que atreverse, curiosear.
Podríamos aproximarnos al propósito, simplemente ensayando. A golpes de prueba y error. De subidas y bajadas.
Hacer eso que tiene ganas de hacer desde siempre. Tocar un instrumento, aprender a cocinar, leer un autor pendiente, viajar, hacer voluntariado, meterse a ese curso que siempre ha soñado, y porque no, simplemente parar y no hacer nada…
Hay que seguirle la pista a ese deseo que a todos nos habita. Dejar de temer. Nadie es un impostor de lo que ama. Los llamados se sienten de manera sutil, no son una voz contundente en la mayoría de los casos. Es una invitación delicada como si el flautista de Berlín nos estuviese hipnotizando.
Hay que dejarse llevar sin hacer cálculos, sin sumas ni restas, sin hacer una encuesta a los expertos ni pedirle permiso a nadie.
No es que el viento nos lleve, es que no nos interpongamos, que permitamos que ocurra lo que la intuición nos pide, aunque la razón se rebele y lo sabotee todo…
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