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El sosiego poético

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“Su heroísmo no consiste sólo en soportar estoicamente la cotidianidad de sus renuncias, sino en presentar con diligencia una imagen falsa de sus vidas.”

El animal moribundo. Philip Roth.

“…para penetrar hasta el corazón mismo de los textos, porque no leo para divertirme, ni para pasar el rato, ni para conciliar el sueño; (…) bebo para que el texto me despierte, para que la lectura me produzca escalofríos.”

Una soledad demasiado ruidosa. Bohumil Hrabal.

Le pregunto al dermatólogo si es una barbaridad que con cierta frecuencia, bañada en antisolar, pase casi todo el día al sol. Me dice que yo sé la respuesta, que puede que sea una barbaridad, pero que lo del antisolar ayuda y que, además, él nunca me va a pedir que deje de estar al sol, que si a él alguien le pidiera eso saldría corriendo. Entonces sé que estoy en el lugar correcto y le digo que sí, que no me interesa llegar a cien años de abnegada supervivencia, a lo que me responde que no le interesa ser el más saludable del ancianato. Estamos a gusto, entonces, revisando la piel al detalle como se revisa todo en la vida con la edad, en busca de puntos de quiebre, de señales de alarma, de licencias para seguir persiguiendo indulgencias porque eso es también una puerta hacia la esperanza.

Uno ve gente con hábitos demasiado correctos, demasiado limpios, extremadamente faltos de vida. Gente que sigue un manual de actualización infinita y que invierte sus días en cumplirlo. No puedo negar que a veces me pregunto si los míos estarán muy lejos de ese deber ser que nos han grabado. Si el sol que recibo, los vinos que me tomo, las delicias que saboreo, las veces que me salto el ejercicio, los viajes que priorizo, los momentos en que mirar los árboles bailar con el viento y leer a su ritmo se sienten como la producción más importante del mundo; si todo eso será la promesa del infierno. Pero tampoco puedo negar que casi inmediatamente me doy permiso para seguir por ese camino, el camino que no posterga mi propia vida.

“Exageraciones deportivas y dietéticas contradicen la euritmia clásica del mens sana in corpore sano. La mens no puede estar bien sin un poquito de vino y sin conversaciones que nos hagan saltarnos, sin culpa, el pilates. La mens no puede estar bien si, con los cuadrantes de una vida autofágica, no encuentro un minuto para encajar esas lecturas que obligan placenteramente a no despegar las posaderas del sillón durante más de tres horas seguidas”, escribió hace poco Marta Sanz, citando también a Saramago cuando dijo: “Todo el mundo me dice que tengo que hacer ejercicio, que es bueno para mi salud. Pero nunca he oído a nadie decirle a un deportista: ‘Tienes que leer’.”

No sé, es que cuando tengo una copa de vino en la mano, al frente los árboles, de fondo el canto de los pájaros y me encuentro con la página correcta, con una idea escrita bellamente que me enciende por dentro, esas palabras flotan en el vino y se elevan hacia las ramas de los árboles y acarician a los pájaros para devolverse a mis ojos, y entonces me despiertan, me producen escalofríos y tengo la certeza de que estoy viva y la vida me parece maravillosa, así duela más que nunca a través de los sentidos exaltados.

De manera que a veces podría comer manzana, pero como pizza; podría tomar agua, pero tomo vino; podría moverme, pero me aferro a las cobijas; podría ahorrar, pero me voy de viaje; podría producir dinero, pero produzco palabras que intento enlazar bellamente, y encuentro en ello un sosiego poético, una transgresión deliberada en mi determinación a vivir y a alimentarme también de placer, a no dejar morir la pasión, que es sin duda la llama de la esperanza. Y que todo dure lo que haya de durar.

Sé que eso le estorba mucho a la corrección porque, como dijo Philip Roth en El animal moribundo, “Tal vez todavía ofende un poco a la gente quien no se rige por el viejo reloj de la vida”. Lo que creo, y no estoy segura de nada, es que cuando los pequeños placeres se enlazan con la existencia y uno los espera ilusionado, cuando se conectan para despertarlo a uno con la suficiente frecuencia, puede llegar en cierta paz aquella señal de alarma que ha de llegarnos a todos, así lo haga antes de tiempo, porque nos encontrará vivos.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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