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El traje nuevo del emperador es un famoso cuento de Hans Christian Andersen, publicado en 1837. En este se narra que unos estafadores le vendieron al emperador un traje confeccionado con una maravillosa tela invisible. Según le advertían, la tela no podría ser observada por los ojos de los estúpidos. Ni el rey, ni sus hombres de confianza veían la tela, pero, temiendo ser tildados de idiotas, hacían como si evidentemente la conocieran.
El rey aceptó vestirse con las prendas hechas en tal material, pagó el exorbitante precio y salió al desfile convencido de que iba preciosamente vestido y de que solo los estúpidos no verían la calidad del traje. En el pueblo, temerosos de pasar por bobos, todos alababan al emperador, mientras este seguía caminando con la frente en alto, envuelto en nada.
Hoy, en 2025, vimos por televisión al presidente desnudo. Y los estafadores que le vendieron la tela están en el mismo escenario. El presidente, en su ya muy famoso (y desprestigiado) consejo de ministros, hizo todas las piruetas que quiso: mintió, sacó de contexto, regañó, sonrió y defendió lo indefendible.
Algunos de sus ministros, como aquellos hombres de confianza del emperador, asentían con risitas medio nerviosas. Mientras tanto, el presidente asumía la postura que más le gusta, aquella que se resumen en: “nada es mi culpa, todo es culpa de otros”. Suficiente ejemplo es el desparpajo con el que mencionó que en lo que va de su gobierno se ha incumplido en 146 de 195 promesas de Gobierno, delegando la irresponsabilidad en su equipo.
Desnudo, envuelto en nada, parecía mantener la calma; pero seguía evidenciando sus miserias. Dejó claro que no entiende nada de las luchas feministas. Tampoco asume que la dignidad no es solo una exclamación para gritar de puertas para afuera, hacia el norte; porque su propia dignidad se fractura cada vez que admite que los estafadores que le vendieron el traje se sienten con él, a su lado, ostentando altos cargos en el gabinete.
En el cuento es un niño quien, desconcertado por ver que nadie dice lo obvio, se atreve a gritar: “¡el emperador va desnudo!”. Durante el consejo las que hicieron lo propio fueron la ministra Susana Muhamad y la vicepresidenta Francia Márquez. Pero, en el caso de este presidente, distinto a aquel emperador, los estafadores no solo le vendieron el traje. Están ahí, ejercen presión, toman decisiones, y en más de un momento, tienen más poder para gobernar que el mismo presidente.
El presidente, mientras tanto, vestido de sus vanidades, se acomoda sus telas invisibles.
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