Escuchar artículo
|
Con esta columna me despido del 2022. Hoy empiezan las novenas, y se vienen la mayoría de las fiestas y celebraciones. Quiero aprovechar entonces esta última columna del año para darle, a quienes amablemente me leen, un consejo para este diciembre y, en general, para siempre: No peleen con su familia, ni con sus amigos, ni con sus vecinos por política. No vale la pena.
Nos han enfrascado en una confrontación sumamente agresiva, llena de prejuicios y de expresiones despectivas por quien piensa distinto. Los ánimos beligerantes en la política son una herencia de nuestra historia: en Colombia las diferencias políticas han desatado la barbarie en su expresión más miserable y sanguinaria, en la que personas de una misma familia podían verse enfrentadas por el simple color del trapo que defendían. Asumimos entonces como sociedad que la política era sinónimo de discordia y de violencia, y que las diferencias que surgían de allí no podían tramitarse mediante el diálogo, por lo que debíamos simplemente evitarla, olvidarnos de ella.
En este siglo, la confrontación se ha trasladado también a los grupos familiares en WhatsApp, donde es frecuente que se pida no enviar nada que tenga que ver con política para evitar peleas, pues el tema exacerba dos sentimientos opuestos: insultos entre los que piensan diferente y aburrimiento entre los que son indiferentes.
El origen de nuestra incapacidad de encontrar concordia en medio de la diferencia es simple: la política, al igual que la religión o el fútbol, es terreno fértil para que crezcan los fanatismos, dogmatismos, sectarismos y, en general, casi todos los “ismos”, tan dañinos y destructivos, que lo único que han logrado hasta hoy es dividirnos, enfrentarnos e incluso llevarnos a matarnos. En nombre de los “ismos” de la religión o de la política, la humanidad ha cometido las atrocidades más infames de su historia.
Hago un mea culpa porque también he caído en el dogmatismo: he alzado la voz, me he incomodado con familiares, y me he sumergido en discusiones que se tornan casi personales por cuenta de la política. Por eso mismo les digo: no vale la pena pelear con seres queridos por cuenta de defender uno de esos “ismos”. Si acaso, solo valen la pena el humanismo –que depone toda diferenciación, discriminación y violencia entre los seres humanos, y antepone y defiende lo que nos une como humanidad–, y el ambientalismo –o como quiera llamarse el pensamiento que busca proteger el planeta, sus ecosistemas y las especies que los habitan, cuidar la casa común–.
Este fue un año duro, polarizado y con un enfrentamiento político muy violento. Esta es una invitación entonces a abrazar el disenso, a asumir nuestro criterio no como algo definido e inmutable, sino como algo en permanente construcción, que se da precisamente a través del diálogo, la conversación y el debate, pues es allí donde nuestros conceptos e ideas evolucionan al tropezarse con los argumentos de nuestros contertulios. Es precisamente de la diversidad de donde se nutre la política, la diferencia de ideas es la que enriquece el debate público y permite llegar a soluciones amplias y suficientes, construidas desde distintas perspectivas.
La solución a la discordia que genera la política no pasa por evitar hablar de ella, sino por aprender a debatir las diferencias con tolerancia, escucha y respeto. Llevamos años aprendiendo a ignorar el problema, en lugar de estar aprendiendo a resolverlo.
Luego disfrutemos este diciembre y no nos lo amarguemos por algo tan tonto como peleas por política. Abracen a la tía de derecha, denle un beso al sobrino de izquierda. Hablen de lo que piensan de la política, de lo que sueñan para el país… Con seguridad encuentran más puntos en común que opuestos. Y valoren el disenso en aquellos puntos en los que no se encuentren, de ese disenso vive la democracia. La política pasa, pero la familia y los amigos quedan siempre.
Aprovechen el tiempo de regocijo con sus familias y sus amigos. No juzguemos, recibamos con los brazos abiertos la diversidad en la familia y en el corazón. Este mundo es muy duro, hagamos de la familia un lugar en el que nos sintamos seguros tal cual somos. Abracemos, digámonos que nos queremos, sanemos las heridas del alma, llevemos regalos a las personas que no tendrían uno en diciembre (muchas veces el mejor regalo puede ser un abrazo, una sonrisa, una llamada en la distancia, una reconciliación que llevaba años pendiente). La vida tiene sentido por esos momentos felices. Disfrutémoslos.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-jaramillo/