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He dicho antes que sentir a dios es sentir que me me muevo, que avanzo y camino. Hoy creo que sentir a dios es, también, saber que soy capaz de olvidar, de dejar ir y de elegir nuevos caminos.

En mi promesa por el movimiento decidí, hace unos meses, empezar a correr, y, como todo lo que decido en mi vida, aunque incierto en duración, lo he vivido con intensidad. Este año tengo el propósito claro: dos carreras, dos distancias, dos compañías, y dos ciudades. Correré, o caminaré en su defecto, hasta el lugar que mi cuerpo me lo permita.

Empecé a moverme como el intento, profundo, de saberme perdonar. Corro, o quiero hacerlo, para ser capaz de olvidar, lo que duele, lo que sigue pesando, lo que pesa sin fondo, que agota, que cierra, que no termina, que se enciende o carboniza, que deja rastro, que se adhiere, se multiplica, se refleja, se consume. Corro para olvidar que soy una, que he vivido, que no puedo parar, lo que agota, que sigue sonando, que va sin prisa, que se interna, que revela, en uno, en otros, sin medida, sin límites, en la mente, que no sueña, que no da descanso.

Hoy supe que corro, en un intento sincero, de volver a dios.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valentina-arango/

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