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Este semestre universitario tuvo varias particularidades. En primer lugar, una significativa cantidad de mujeres muy jóvenes que me sorprendieron con sus posturas críticas y estructuradas. En cada aula, la energía de ellas generó clases más retadoras para todos: miradas inquietas, dudas sobre la razón de ser de las tradiciones, alegría con los descubrimientos.
Algunas están empezando su experiencia universitaria y la timidez de los primeros encuentros fue dando paso, lentamente, a la expresión de sus habilidades con mayor confianza. Otras, que van adelante en sus carreras, han ido encontrando su voz y, tanto en los ejercicios de comunicación oral como escrita, asumieron posturas que trascendieron el sentido común. Unas y otras van definiendo sus propios métodos para aprehender el conocimiento y, sobre todo, reconocen que inteligencia y sensibilidad no son antónimos.
Otra particularidad, que no me sorprendió por la cantidad, sino por la agudeza, es lo que apenas identifico como apatía, presente, con preponderancia, en los estudiantes hombres de primeros semestres. Lo que es llamativo este año es que estos muchachos parecen particularmente ausentes y distantes. Cada semestre, año tras año, un docente encontrará en sus aulas algún porcentaje de aquella sensación; sin embargo, en este parece que recayera sobre estos muchachos cierta fuerza que los apaga.
Insisto en que no es una generalización ni una verdad final (si es que existen). Algunos estudiantes también nos sorprendieron con su disposición para participar de la vida académica con una bella mezcla de determinación y goce.
Entonces, una vez identificada la particularidad, procedimos con la investigación sobre sus causas. Preguntar y buscar opciones. Las primeras indagaciones dieron cuenta de varios elementos por mencionar. Chicos muy jóvenes enfrentando un sistema educativo que los abruma: nada nuevo. Migrantes que se desplazan a la ciudad y que se ven, sin tiempo de transición, en un mundo apabullante: sobre este fenómeno queda mucho por decir, y será tema de otra columna. Y otra causa, poco visible, que parecer ser el nódulo: les falta confianza en ellos mismos.
Esta ausencia se disfraza, a veces, de soberbia; una sombra que toma la forma del estudiante, pero lo desfigura, habla por él y expresa argumentos a la defensiva, que terminan por aporrear más al mismo alumno. No es falta de inteligencia ni de sensibilidad; es que la falta de confianza en ellos es tan terrible que terminan haciéndose autogoles.
En este punto quisiera decirles que todo va a mejorar; que de aquí en adelante la vida será solo dicha. Pero ¿para qué mentirles? La vida se pondrá cada vez más compleja; es urgente que encuentren sus propios métodos de aprendizaje y que se den cuenta de que este momento que están viviendo puede ser el más amable de sus existencias. Sin embargo, la confianza en sí mismos no se logra solo con pronunciarla.
Por lo pronto, solo tengo para ellas y para ellos, la convicción de que la vida universitaria es maravillosa, precisamente, porque más allá de teorías, ofrece socialización y vivencias. En el relacionamiento entre ellos y con otros actores de la universidad, encontrarán su propia fuerza.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/