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Queridos amigos,

Este año estoy ayudando a los niños de la Fundación X para regalarle un rato agradable esta navidad. Recibiendo de su generoso aporte, juguetes y prendas. Que el espíritu navideño convoque la solidaridad para niños y niñas de bajos recursos que para estas fechas afrontan grandes dificultades. Agradezco todo gesto humanitario, solidario y de gran corazón.

¿Cuántos mensajes de estos recibimos en esta época?

He participado muchísimas veces en este tipo de iniciativas. No hay problema. Pienso que más que una “bonita labor” es importante y es responsable el compartir nuestros privilegios y compartir felicidad con otras personas. Es innegable y casi que un sentimiento universal, emocionarse al ver la sonrisa y emoción de un niño cuando le entregas unas pinturas, una muñeca, un balón de futbol. Es una felicidad tangible y pegajosa, tanto, que el impulso es a tomar una foto abrazando al niño.

Lo que me choca es que hemos crecido (me incluyo) con una visión de la ayuda, de las donaciones, del “aportar nuestro granito de arena” netamente asistencialista.

El asistencialismo es la actitud enfocada en resolver problemas sociales a partir de una asistencia externa en lugar de generar soluciones a problemas estructurales[1]. Son las políticas o iniciativas que proveen ayuda a individuos o comunidades en condiciones marginales, pero no están basadas en evidencia. Es una práctica más llena de buenas intenciones que de racionalidad. Son soluciones a corto plazo.

No está mal llevarle regalos a quienes no tienen el dinero para comprarlos. No está mal ir a un barrio marginal a bailar champeta con niños. Lo que sí considero que está mal y me resulta problemático es que para muchos, la responsabilidad social termina ahí. El problema es que la mayoría no volvemos a esos barrios sino hasta diciembre del año siguiente; y estas prácticas son las que aportan al mantenimiento de las estructuras desiguales.

El asistencialismo, por su carácter cortoplacista y al no estar basado en evidencia, dificulta la medición de resultados y conlleva a un sinnúmero de iniciativas aisladas. Al no tener un objetivo específico ni seguimientos formales, el rol del Estado y/o de los ciudadanos generosos pero con visión asistencialista no resuelve sino que promueve dependencia y aumenta las necesidades.

Sugiero una visión de inversión social. Una visión que rechaza crear sistemas de dependencia y subordinación de personas y comunidades marginales. Una visión que ofrece ayudas exigiendo méritos y responsabilidades. Hay que hacer seguimiento y medir impactos. Así, se pueden corregir o reenfocar proyectos y programas que buscan genuinamente impactar de manera positiva.

Que la navidad sea un momento de reflexionar sobre nuestra visión del famoso “granito de arena” (frase que detesto). Que si vamos a llevarles regalos a niños y comunidades más vulnerables, también aportemos a su educación y a sus actividades culturales, durante todo el año. Identifiquemos y apoyemos a las organizaciones y fundaciones que realmente estén rompiendo ciclos de pobreza y disminuyendo desigualdades. Es nuestra responsabilidad.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/ana-paulina-maestre/


[1] Henao, A. (2020). Del Asistencialismo a la Responsabilidad Social. Observatorio de Dignidad Humana, Universidad Católica.

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