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Se acaba el año. Uno más, como siempre. Y empezará uno nuevo, no hay sorpresa en ello. Habrá quien nos diga, en este momento de resúmenes, de conclusiones sobre lo que fue y lo que no llegó a ser, que este mundo es ahora un mejor mundo.
Esgrimirá las estadísticas, los datos, los números para convencernos del asunto. Nos hablará de gente conectada a internet, por ejemplo, que es ya una medida de estos tiempos: dime a qué velocidad te conectas y te diré quién eres.
Conozco esas cifras, las he leído antes. Que ya no mueren tantos niños al nacer, nos contarán. Y nos parecerá bien. Pero dejarán por fuera de las cuentas a aquellos a quienes les han caído encima las bombas que hemos visto explotar en vivo y en directo. Este nuevo genocidio ha sido entretenimiento.
Nos dirán que en el mundo hay menos pobres, pero menos no quiere decir que sean pocos. Más de 700 millones de personas viven con menos de dos dólares al día, que es el nivel de pobreza extrema. Acabar con ella para el 2023, como se propuso en los Objetivos del Milenio, luce cada vez más improbable. Y si alguno de esos emigra para buscar un par de dólares más, encontrará muros, vallas, puertas cerradas, gente que lo señalará y le gritará ¡es tu culpa!
Alguien nos contará que hay más acceso al agua potable, pero tal vez no agregará que el 44% de los grandes ríos del planeta han experimentado una reducción de su caudal, lo que puede afectar el acceso a fuentes hídricas para beber y para generar energía.
No puede ser un buen año el 2024 si por aquí y por allá y más allá se han alzado con éxito las banderas de los reaccionarios y parece que seguirán ondeando con fuerza; si acampan a sus anchas los serradores de las libertades (las de verdad, las que cuesta conquistar y que se pierden fácil, porque son siempre frágiles); si hay gente dispuesta a votar por sus verdugos y a celebrar que ellos ganen.
No soy halagüeño con el género humano. Sí, claro, están el arte, las letras, el cine, la pintura, la poesía… «Muchacha, es necesaria tu belleza», escribió Gustavo Adolfo Garcés.
Sí, hay gestos solidarios, hay cariño, hay amistades sinceras, hay gestos desinteresados. Muchos, incluso. Pero no suficientes para todos, no nos alcanzan. ¡Carajo, hasta la humanidad nos viene en cuentagotas y la confundimos con dar migajas!
He contado antes la conclusión bíblica de una amiga. El pecado original —me dijo— no fue el de aquella pareja que se comió la manzana, sino el de quien decidió que necesitaba las manzanas suyas y las de todos vecinos.
Para poder ver el vaso medio lleno hay que tener la certeza de que el agua que contiene bastará para saciar a los sedientos. No estoy convencido de ello. Pero puede que me equivoque y sea suficiente; pero seguro que ya alguien se adueñó de ella y le puso un precio.
Pero de todas maneras tengo un deseo para 2025, uno que está escrito desde 1984 y en otra lengua, en catalán, y que canta Joan Manuel Serrat. A él se lo pido prestado para dejarlo aquí como si fuera mío… o porque lo siento como mío:
«Seria tot un detall, / tot un símptoma d’urbanitat, / que no perdessin sempre els mateixos / i que heretessin els desheretats».
Sería todo un detalle, todo un síntoma de urbanidad, que no perdieran siempre los mismos y que heredasen los desheredados.
Ojalá que ocurra.
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Una anotación final. Que incomprensible resulta que el presidente Gustavo Petro decida empeñar los pocos apoyos que puede aún tener su causa en la defensa de un indefendible como Daniel Mendoza.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/