¿Y es que esas muchachitas no tienen papás?

¿Y es que esas muchachitas no tienen papás?

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¿Dónde están los padres y los cuidadores de las niñas explotadas sexualmente en Medellín? Rebuscando, aruñando, intentando que esta noche sí haya comida para la cena. En la capital de Antioquia, según el Informe Medellín Cómo Vamos 2023, hay personas –el 28 por ciento de la población encuestada– que comen menos de tres veces al día.

La pregunta es reduccionista. Enfoca el problema en una parte, en la familia ideal de papá, mamá e hijos —la familia pesebre, la llamaría un amigo—, cuando es tan complejo que requiere una mirada más amplia. No se puede generalizar.

Claro, la familia es el núcleo principal, el primer círculo de cuidado y de enseñanza que un individuo tiene. Pero no todas las familias son ideales y hay que mirar otros aspectos como las condiciones sociales. Esta no es una sociedad equitativa: según el Dane, para finales de 2022 en Colombia había 6.6 millones de pobres en el país. En 2020, en Medellín había 1.225.526 personas con incidencia de pobreza monetaria, de acuerdo con Medellín Cómo Vamos. El Dane también dice que las dimensiones que más contribuyeron a la pobreza fueron educación, trabajo, condiciones de vivienda y salud. Y hay más brechas estructurales que habría que nombrar como el impacto de patrones culturales machistas, la falta de educación en derechos, la impunidad… 

Lanzar la pregunta con un plato de comida en la mesa, con varios diplomas guardados, con un trabajo que tiene un buen sueldo, con una casa pagada, con recursos para ir al médico resulta injusta. Privilegiada. Es el tonito. ¿Y es que esas muchachitas no tienen papás?

La pregunta debería ser reenfocada para entender qué hay detrás: dónde están esos padres, cuáles son sus condiciones y qué pueden hacer el Estado, las instituciones y la sociedad para buscar soluciones enfocadas en ese primer núcleo. ¿Son madres solteras víctimas de traficantes, madres solteras que trabajan todo el día? ¿Son papás que están en la ilegalidad? ¿Qué pasó con los papás que no están? ¿Fueron irresponsables? ¿Son niñas y niños huérfanas, desplazadas de la violencia? ¿Mataron a sus padres? (Leer columna de María Antonia Rincón, Maldición para los crueles)

No hay una sola respuesta y por eso la pregunta da putería: es generalista. Por supuesto que habrá padres perversos que venden a sus hijos o permiten el abuso con plena consciencia, y que ojalá no tuvieran hijos y que ojalá esos hijos no tuvieran que estar con ellos, pero no es la única posibilidad.

Por eso tampoco hay que quedarse en esa primera indignación. El problema es más grande y a veces creo que apenas vemos la punta, que no somos incluso capaces de dimensionarlo y comprenderlo. Para mí la pregunta es simple porque le quita responsabilidad al Estado, cuando lo que está pasando tiene múltiples responsables: básicamente todos. ¿Yo también? Yo también. Y usted.

Empiezo por un recuerdo, un mea culpa que me asalta cada tanto: voy en un taxi bajando del aeropuerto hace por lo menos diez años, el taxista me cuenta que en los hoteles hay menús –recuerdo esa palabra– de mujeres para los visitantes. Entonces trabajaba como periodista en un periódico. Podría haber investigado o incluso decirle al periodista de investigación –yo cubría cultura– que investigara. Pero me despedí del taxista y me fui a dormir.

No significa que haber hecho algo hubiera cambiado la historia, pero el silencio siempre es más fácil.

La responsabilidad, por supuesto, no es en la misma medida, pero es tan grande el problema que requiere el esfuerzo y el trabajo de muchos. Además, no es nuevo, solo se agranda cada vez y lo que hemos hecho es no mirar hacia allá, no pensar en eso.

La responsabilidad es común y también la solución. Ni siquiera es solo de Medellín, o de Cartagena, y de sus gobiernos locales, sino de país. De muchas instituciones e instancias que tienen que trabajar juntas. Migración, por dar un ejemplo: ¿por qué un ciudadano estadounidense entró 45 veces al país en dos años? Y por dar otro, con el que podemos empezar como ciudadanos: usar los términos correctos. El delito es explotación sexual de menores de edad.

Además en no hacer preguntas que reducen el problema y quitan responsabilidades, sino que juzgan y no ahondan en otras realidades. Y hay más que serían importantes para ese trabajo –de tantos frentes– de desmantelar las redes de explotación y cuidar a niñas y niños: la inversión en educación, en oportunidades laborales dignas, redes de apoyo comunitario y programas de prevención en zonas vulnerables.

Tal vez muchos leímos el chat del delincuente. Un extranjero mayor hablando de una niña como si fuera un juguete, una moneda de cambio, un objeto inanimado. Hablando de un ser humano como si estuviera comprando empanadas para su placer personal. Causa escozor, rabia, horror. ¿Qué hemos hecho mal como sociedad? Ese dolor es intransferible e inentendible. Y ojalá la indignación del chat no se nos quede en tuits, y a los gobernantes y a las instituciones en show.

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