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Siempre he votado por convicción, ilusionado con apoyar las mejores candidaturas. Puede ser por eso que he perdido tantas elecciones (solo han ganado dos de mis candidatos). He creído con firmeza en las personas en las que deposito mi confianza, y no me arrepiento de ningún voto (a excepción de uno que con el tiempo traicionó los ideales que me llevaron a respaldarlo. Afortunadamente, no ganó). Hoy, a dos días de elegir Presidente de la República, digo con orgullo que mi voto será por Sergio Fajardo. Aquí mis razones:
Fajardo tiene las mejores propuestas, calificadas por expertos en cada tema. Tiene un programa ambicioso pero realizable, con propuestas viables, fuentes de financiación y metas claras para cada materia. Aun cuando su plan implica cambios profundos en la sociedad colombiana, es responsable con la ciudadanía y no promete cosas que no se puedan cumplir.
Además su experiencia está probada: cuando gobernó Medellín y Antioquia fue premiado como mejor alcalde y mejor gobernador de Colombia, por la transparencia, la ejecución y los programas innovadores en favor de la gente, políticas públicas tan exitosas que siguen vigentes a hoy, más de 15 años después de haber terminado su mandato, pues entrañan una apuesta poderosa por transformar la sociedad.
Algunos ejemplos son: haber quitado todos los recursos públicos a los reinados de belleza y crear el programa Mujeres Jóvenes Talento, para destacar el liderazgo, la creatividad y la inteligencia de la mujer, y que no sean valoradas por su aspecto físico; el programa Buen Comienzo, para que las madres y padres pudieran trabajar mientras sus hijos son cuidados, alimentados y atendidos en entornos seguros; los Parques Biblioteca y Parques Educativos, para que la educación y la cultura llegaran a todos los rincones de la ciudad y el departamento –sobre todo a los históricamente olvidados como Vigía del Fuerte, llevando conectividad, tecnología y bella infraestructura–; la Olimpiadas del Conocimiento, para que los referentes de las nuevas generaciones fueran los mejores estudiantes y no los capos; los CEDEZOS y el Banco de las Oportunidades, para fomentar y apoyar el empleo y el emprendimiento en todos los barrios; el Fondo EPM, que invertía las transferencias de la empresa al municipio en becas para que los jóvenes accedieran a educación superior; el Parque Explora, el Jardín Botánico, las Unidades Deportivas, y otros espacios de ciudad para la ciencia, la cultura, el arte y el deporte.
Fajardo sabe gobernar, no va a llegar a aprender o a improvisar. Ha gobernado la Colombia urbana y la rural, y es el único candidato que tiene un doctorado, lo que lo hace el más preparado académicamente.
Pero las mejores propuestas poco valdrían en manos de personas ineptas o corruptas. La clave del éxito en Medellín y Antioquia radicó en el gran equipo con el que Fajardo se rodeó para gobernar, y ese es precisamente otro de sus puntos fuertes: Fajardo arma muy bien sus equipos de trabajo. Hoy está rodeado del equipo más preparado, integrado por personas expertas en cada materia. ¿Quién mejor para enfrentar los retos económicos del país que su equipo liderado por José Antonio Ocampo, Iván Marulanda y Alejandro Gaviria? ¿Quién mejor para enfrentar la deforestación que Brigitte Baptiste, Luis Gilberto Murillo y Julia Miranda (directora de Parques Nacionales Naturales entre 2004 y 2020)?
Fajardo además ha demostrado que sabe trabajar en equipo con el Concejo, la Asamblea, otros alcaldes y el Gobierno Nacional, sin importar que piensen diferente o sean opositores. Sabe convocar a trabajar en lugar de dividir o pelear y sin necesidad de entregar puestos o contratos a corruptos, ni en campaña ni gobernando, un tema que no es menor en este país, acostumbrado a presidentes que gobiernan a punta de mermelada.
Sin embargo, tener buenas propuestas y buenos equipos de trabajo no son suficientes para ser un buen gobernante, lo más importante es el talante moral de quien lidera: su temperamento, la manera en que se relaciona con la ciudadanía, con su equipo, con la oposición, con la prensa, con la rama judicial y las demás instituciones de pesos y contrapesos. El profesor Mauricio García Villegas ha hecho una clasificación interesante de los políticos no según su ideología –como los dividimos tradicionalmente–, sino a partir de la actitud que asumen en el debate público, y entonces no se les clasifica entre conservadores y liberales, capitalistas y socialistas, sino entre moderados y radicales (o dogmáticos).
Los radicales o dogmáticos son fanáticos que en principio parecerían irreconciliables por sus opuestas ideologías, sin embargo, se unen por su personalidad, por su talante emocional y por la forma como gobiernan, pues suelen creerse iluminados, lo cual es el primer paso del autoritarismo. En palabras del profesor García ‘no se asemejan en la letra de sus catecismos, sino en su sermoneo, su soberbia, su desprecio por los que piensan distinto, sus furias (el «infierno que resplandece en sus ojos»)’
Por otra parte, los moderados buscan los matices, objetan, dialogan, se cuestionan, solicitan más evidencia, no asumen su ideología como un dogma religioso, sino como argumentos sensatos y razonables en los que creen con firmeza, defienden los derechos de sus contradictores y prefieren perder que ganar aliándose con corruptos o saltándose las normas, no por altruismo, sino porque saben que respetar las reglas de juego democráticas los protege de las malas decisiones.
Fajardo es un moderado, tiene el talante emocional del buen Estadista. Aun cuando defiende con convicción sus ideas, escucha con serenidad a quienes piensan distinto, no estigmatiza a la prensa, respeta las normas, defiende los derechos de sus contradictores y decide con base en la evidencia. Aquí los dogmáticos han acusado su talante moderado de “tibieza”, por no caer en el fanatismo o radicalismo que les representa.
Además, Fajardo ha demostrado tener la tenacidad y el “cuero” que necesita un presidente, soportando con templanza y estoicismo los ataques de sus enemigos, que han tratado de acabarlo por todos los medios: lleva 4 años combatiendo las mentiras del petrismo, defendiéndose de la persecución del contralor de Luis Pérez (que terminó preso), del contralor Córdoba y del fiscal Barbosa, sin llamar a la violencia, sin perder la calma, y siempre con la frente en alto. Puede que le hayan quitado la posibilidad de ganar, pero no podrán destruir su buen nombre y la confianza de la ciudadanía hacia un líder que demostró que se puede hacer política sin negociar principios, que se puede gobernar sin usar el Estado para enriquecerse, y que no hay lucha más importante que aquella por la libertad y la dignidad.
Ni las encuestas, ni los medios que han tratado de sacarlo van a hacerme cambiar de opinión. Sigo firme hasta el último minuto con el profe, nunca sentiré que he perdido mi voto por apoyar a una persona que no ganará, perdido será cuando vote por una persona en la que no creo. Mi voto este domingo no será entonces en contra de nadie, ni por odio o miedo, sino por convicción y por dignidad, será reflexivo, informado y útil en la medida en que reivindica la moderación, el pensamiento liberal, y el proyecto demócrata en la política, alejado de dogmatismos y autoritarismo. Para mí, eso lo representan Sergio Fajardo y Luis Gilberto Murillo, y por eso pasado mañana votaré por ellos.
Si el domingo hay un voto por Sergio, ese será el mío. Y a diferencia de quienes lo abandonaron, si el barco se hunde, yo me hundo con Fajardo, pues prefiero hundirme que navegar en barcos tripulados por corruptos. Es mejor perder con la conciencia tranquila, que ganar a cualquier precio. Triste que en Colombia creamos que un candidato no es bueno por ser noble y buena persona. El país pierde un gran presidente si no llega a ser electo.
Voy con vos profe, esta será la segunda vez que con orgullo voto por vos. Iré con alegría y con la frente en alto. Gracias por darle al país una opción decente. Ustedes abrieron un camino por el que muchos transitaremos. No vamos a dejar caer estas banderas, vamos a cuidar este legado, y a hacer de la honestidad, la coherencia y la nobleza las condiciones necesarias de la política.