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Según la Cámara Colombiana del Libro, los colombianos leemos 2,7 libros al año en promedio. Durante la mayoría de mi vida he sido un lector inconstante, parte de esta estadística. Hacia mediados de mi recorrido universitario, me enamoré de la lectura y ella me hizo muy feliz, sin embargo, el embate de la pandemia mató esa pasión.

El primer libro que recuerdo haber leído se llama Pimienta en la Cabecita, un cuento para niños sobre una gallina que cree que el mundo se va a acabar y riega la voz. Siguiendo la línea de tiempo, recuerdo que me tomó varios años leer mi primera novela, que fueron realmente tres en una; la Trilogía de la Fundación de Isaac Asimov, que recibí como regalo de cumpleaños en una bella edición todo en uno y que me acercaron por primera vez a la ciencia ficción.

Más grande, pero todavía adolescente, llegué a H.P. Lovecraft, cuyos relatos La Llamada de Cthulhu y El Horror de Dunwich, me hicieron interesar por el terror clásico. Con eso y otros textos no mencionados, puedo decir que desde pequeño y hasta alrededor de mis 17 años, leí unos 7 u 8 libros, de los cuales solo la mitad o tal vez un poco más, los leí con pasión e interés auténtico.

Durante mi época universitaria me adentré mucho más en la lectura, sobre todo en estos y otros géneros como la novela policiaca y los cuentos. Tuve un avance paulatino pero veloz; por pasar el rato, leí un par de cosas que ya tenía; intercambié libros en el trueque literario de EAFIT y descubrí nuevos gustos; me quedé sin qué leer y no teniendo plata para comprar más, me dediqué a prestar libros en la biblioteca de la U; leía ávidamente en el bus por la mañana y por la tarde; me sentía orgulloso porque en 2019 llegué a leer más de un libro al mes algunas veces.

También tuve un momento crucial en mi recorrido por la lectura, que fue descubrir a Editorial Valdemar, una excelente editorial independiente española dedicada a la publicación de títulos de terror y clásicos de literatura que despertaron aún más mi interés y que hoy intento coleccionar. De esos años, recuerdo relatos que deseo recomendar a los lectores -porque compartir un libro es compartir parte de sí-, como El Sol Desnudo de Isaac Asimov, La Dalia Negra de James Ellroy y Klosterheim o La Máscara de Thomas de Quincey.

Al 2020 llegué con el firme propósito de leer por montones, tanto, que la cuarentena me cogió habiéndome tomado el atrevimiento de leer dos novelas al tiempo, Cumbres Borrascosas y, curiosamente, La Peste. Durante estos meses, llevado por la ingenuidad de que iba a aprovechar el encierro para devorarlos, llegué incluso a pedir varios libros a domicilio. No fue así, tardé toda la cuarentena en terminar los que tenía empezados; cuando recuerdo su lectura recuerdo un ejercicio tortuoso, sufrido, me superaron en todos los sentidos. No cambiaron los libros, sino yo, la cuarentena tuvo sobre mí un efecto que tardé mucho en comprender, siempre había sido solitario, pero conocí la depresión de la soledad, sentí hastío por la compañía de quienes más quería, perdí varias pasiones, me aburrí en sobremanera; dejé de leer.

Aunque perdí la lectura, no perdí las ganas de intentar y medio leí algunas cosas a las patadas, compré muchos títulos que pensaba que me iban a apasionar nuevamente, pero fue difícil regresar. Recordaré siempre la recomendación de una psicóloga con la que tuve la fortuna de consultar para abordar todos esos sentimientos nuevos -y algunos viejos-, ella me dijo, que, si combinaba la lectura con otras pasiones que mantenía o estaba construyendo, podría volver a relacionarla con algo gratificante. Así fue.

Una pasión o hobby se destaca en la totalidad de mi vida hasta ahora, los videojuegos, sin embargo, más que de los juegos, he descubierto que soy amante de las grandes historias. Fue por eso que, a mediados de 2021, me le medí a leer, y en inglés, Metro 2033, el primer título de una saga postapocalíptica rusa que inspiró los juegos de mismo nombre y que son auténticas obras de arte -ambas cosas lo son-. También llegué así a la saga de The Witcher del polaco Andrzej Sapkowski, que inicia en dos libros de cuentos y continúa con 5 novelas; aunque hay excelentes ediciones en español publicadas por Alamut Ediciones, los conocedores de los juegos pueden, como yo, disfrutar mucho más la traducción al inglés de Orbit.

También he amado siembre las películas de Harry Potter, razón por la cual empecé a leer los libros, nuevamente, en inglés. Asimismo, fue buena idea leer el primer tomo de Dune luego de haber disfrutado la película. Tanta lectura en inglés se dio por un experimento exitoso, quería probarme y descubrí en ello un nuevo aspecto de mi renovada pasión. En inglés también leí The Romance of The Three Kingdoms, una novela clásica china sobre un periodo interesantísimo de su historia, donde la realidad se cruza con la ficción en sucesos mitad históricos y mitad míticos, la idea de leerlo surgió por un reciente y creciente interés en este país.

Así es como he vivido la lectura, he sido parte de una estadística que lamentamos, me enamoré rápidamente y a la misma velocidad perdí la pasión por causa de la cuarentena; y me reencontré con los libros en experimentos gratos. De todos estos descubrimientos literarios, me quedo con uno que me ha marcado especialmente, los cuentos de G.K. Chesterton, pero en específico mis favoritos -por ahora-, compilados en El Hombre que Sabía Demasiado, que relatan las aventuras de Horne Fisher, quien tiene muchos diálogos fascinantes, entre los cuales quiero citar uno que recuerdo siempre:

            – (…) Nunca llegaré al fondo de sus aficiones, Fisher. Podría decirse que lo que usted no conozca no merece la pena ser conocido.

– Está usted equivocado (…). Es precisamente lo que sí sé lo que no merece la pena conocer…

Aunque Fischer se refería con amargura a la política, yo escojo verlo como una invitación al conocimiento, a volver a la lectura, a encontrar que vale más lo que tenemos por conocer que lo que ya sabemos.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-estrada/

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