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Las personas que viven sin miedo son, para mí, seres de fantasía. El miedo está tan instaurado en nuestra cultura que casi puede olerse; se nota. Caminamos por las calles con zozobra. Nos miramos con desconfianza.

Tenemos miedo en todas las medidas de tiempo:  del pasado nos atemoriza el recuerdo, lo que dejamos de hacer, las decisiones qué sí tomamos, los cabos sueltos. En el presente, todo: hasta comer nos asusta. Y arrastrando tanto temor de ayer y de hoy es imposible que el futuro se vea distinto.

El miedo se aparece en cada centímetro de nuestros espacios: en el escenario público hay inseguridad, desempleo, violencia, crímenes, pobreza, desamparo; no sabemos en quién confiar, quién dice la verdad, quién miente. Nos atemoriza otro que está más asustado que nosotros mismos. Los medios y las redes hacen bien su trabajo y nos mantienen en estado de alerta, casi de supervivencia.

En el espacio privado, en lo más íntimo, germinan temores muy profundos que, casi siempre, vienen de afuera. ¿Seré suficiente?; ¿y si no encajo? ¿Debo tener un propósito de vida?; ¿y si no lo encuentro? ¿Traumas? ¿Engordar? ¿Envejecer?

Tememos no conseguir los bienes materiales que se nos han dicho indispensables. Una vez los logramos, el miedo es perderlos o que no se multipliquen, que no sean rentables. Nos asusta vivir solos, no encontrar pareja. Ya enamorados, qué miedo perder autonomía. Y ni se mencione el temor a perder a los seres amados.

Ser hombre: miedo. Ser mujer: multiplique el miedo. Ser niños o ancianos: más, más, más miedo. La enfermedad, la muerte, la incertidumbre: miedo.

Así no hay manera de vivir. Algo tenemos qué hacer. Pequeñas y grandes renuncias. Abrazar los mínimos gestos de ternura como si fueran la última fuente de esperanza. Conversar para que, convertidos en palabras, los miedos cobren cierta materialidad que nos permita, de alguna manera, domarlos.

El fin de los temores no está ni afuera ni en el futuro. Es aquí, adentro y ahora. Dejar (por lo menos tratar) de temer es revolucionario porque a eso que llamamos “el sistema” nos necesita apabullados. Perdonar y perdonarnos. Tratarnos con compasión. Asumir la alegría, real, honesta, como un tipo de vacuna frente a tanto miedo.

Recuperar lo que de la naturaleza hay en nosotros para que llene los espacios que la cultura fundó en temor. 

Otros escritos de este autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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