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La vida no puede estar en el clóset, hay demasiado polvo.

Nos guardamos partes muy grandes de nosotros mismos por temor a no encajar o a incomodar. La mayoría de las personas todavía tienen una porción de su vida en el clóset, una parte que no cuentan y no muestran porque que tienen pánico a los juicios de los demás., porque les pesa demasiado lo que opine el otro, porque creemos que debemos mantener imágenes y fachadas más bellas, más atractivas. Seguimos mostrando, no lo que somos, sino lo que creemos que los demás esperan de nosotros y así permitimos que la verdad sea esquiva y que la libertad sea una utopía. 

Cuando dejamos al verdadero yo detrás de la puerta de la casa y le impedimos salir a la calle, nos estamos engañando. Es una verdadera lástima no permitir que nos vean con claridad y absoluta autenticidad, porque escondemos entonces nuestro poder, nuestra magia, lo que nos hace únicos y especiales. 

Vivir la vida en el clóset no solo es un asunto de hombres y mujeres homosexuales, el armario es un lugar que todos tenemos donde encerramos lo que tememos sea visto en público:  pensamientos, ideologías, sentires, amores, deseos, experiencias vergonzosas.  Vamos por la vida con ropa prestada, zapatos que incomodan, colores que odiamos y olores a los que somos alérgicos, todo por querer encajar, por temor a ser vistos desnudos. 

Sin embargo, algo está empezando a cambiar. Con más frecuencia me encuentro con personas que deciden abrirse y decir lo que piensan, contar quienes son verdaderamente y revelar sus más íntimos secretos. Cada vez es menos raro encontrarse sentado en una mesa rodeado de perfectos recién conocidos que cuentan abiertamente su vida, que abren sus historias de par en par y que sin miedo (o con miedo) hablan a calzón quitado sobre una crisis de ansiedad que sufrieron, un ataque de pánico o cuentan sin vergüenza sobre sus exploraciones sexuales o de las contradicciones políticas que lo habitan, o de sus conflictos existenciales más profundos. 

Esa sociedad goda que da tanto de que hablar a los que queremos ser más libres, empieza a desaparecer poco a poco, permitiendo que los armarios empiecen a ser usados para lo que fueron hechos; guardar ropa y no personas. Sin embargo, todavía hay miedo en algunos de contar su verdad y mostrarse al mundo tal cual es. Aun pesan las tradiciones, las familias y linajes, las expectativas sociales, los cánones y culpas judeo-cristianas y las presiones “invisibles” de los lugares de trabajo que quieren homogenizar personas para “construir culturas organizacionales sólidas” (¿?). 

Para que el cambio hacia la libertad sea más rápido y más personas puedan sentirse viviendo a sus anchas en sus orientaciones sexuales, en sus ideologías religiosas o políticas, en sus cuerpos diversos y en sus vidas únicas, es necesario crear más espacios seguros de conversación.  Comprometernos con la verdad para que otros puedan expresar la suya, respetando y saludando la vulnerabilidad de quienes se muestran imperfectos sin ningún temor. 

Los espacios seguros donde caben todas las historias no deberían estar reservados para retiros espirituales, ashrams o consultas terapéuticas. La vida es un constante exponerse. Ser uno mismo no puede ser infrecuente, porque es insostenible vivir de esa manera.  Cada espacio debería ser una sala permanente donde la conversación honesta y el no juicio sean la regla y no la excepción. 

Podemos promover la transparencia con la verdad personal, con lugares seguros, con escucha atenta, sin juicios y si con mucha compasión.

Hay que sacar del armario todo lo que somos. Abrir las puertas y sacar lo sucio, doblar lo que dejamos arrugado, mostrar los colores con que vestimos en casa y abrir espacio en los cajones para lo nuevo. Hay que mostrarnos más para ver más a los demás, hay que tener menos juicios sobre nosotros mismos para dejar de enjuiciar al mundo. 

Podremos vivir en un mundo con más verdad si dejamos de reservar la nuestra solo para la intimidad. Cuando cada quien empiece a abrir su propia vida, podrá ver la vida de los demás con crudeza y desnuda. Entonces podremos ser conscientes de que somos parecidos y que nuestra importancia personal es una creencia que al derrumbarla se empieza a vislumbrar la vida plena y transparente. 

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/

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