Escuchar artículo

Me encuentro muchas veces enfrentándome con mis versiones anteriores. Con aquello que creía cierto, con las ideas que construí según mi criterio sobre algún aspecto, con lo que alguna vez defendí y hoy cuestiono. No soy la de antes y aunque a veces me reprocho, también siento curiosidad al indagar en mi interior e intentar comprender por qué he cambiado tanto. La respuesta es sencilla: las experiencias. Lo que vivimos, leemos, sentimos y conocemos nos transforma. Por eso la sabiduría es limitada, es imposible abarcar el infinito. No vivimos mil vidas. Nos asomamos a unas cuantas si mucho mediante los libros y las conversaciones, pero es únicamente nuestra propia existencia la que nos moldea y nos define, la que nos permite ser, pensar, crecer, cambiar, mudar. He sido muchas mujeres, he cambiado de opinión en temas políticos, ideológicos, espirituales, profesionales, culturales, sociales. Y me ha costado, sobre todo, reconocerme a mí misma como una persona distinta a la de hace un tiempo. Tal vez por esa razón escribo, desde siempre, desde que tengo memoria. A veces, recurro a mis antiguos textos para leerme y acordarme de quién fui y abrazarme.

Uno cambia. Es inevitable y necesario. La profundidad y complejidad de la condición humana me han apasionado desde siempre y, con los años, he entendido que la mejor forma de descifrarla —o de intentarlo por lo menos— es conociéndose a uno mismo, descubriendo esos cráteres propios, examinando en la oscuridad y el vacío personales, reflejando la luz para poder cambiar de dirección y encontrar otras perspectivas. Porque no hay otra manera de vivir que evolucionando, no solo en un sentido físico y biológico, sino inmaterial, espiritual y consciente con el entorno y todo lo que nos rodea.  Es que uno cualquier día se despierta y no se halla, se siente incómodo en su propia piel, en su cuerpo; algunas personas, incluso, cambian de sexo, de identidad de género, porque descubren que eso era lo que las incomodaba y se transforman. No sin una profunda introspección antes, supongo. Otras, no cambiamos la identidad del género, pero también empezamos una metamorfosis en otros aspectos. Nos damos cuenta de que lo que antes disfrutábamos nos molesta, que las banderas de lo que defendíamos ya no nos identifican. Por momentos, incluso, uno duda de si esas personas a las que tanto quiere sí son tan importantes, si en realidad nos continúan definiendo las relaciones con ellas.

¿Y cómo no cambiar si todo alrededor también lo hace? Las sociedades se modernizan, progresan, cambian algunas normas. Ocurren desastres naturales, pandemias, crisis que nos obligan a replantear lo establecido, a repensarnos y a reinventarnos como especie. Otras se niegan al cambio, y sus propias dinámicas las obligan a hacerlo y por eso estallan guerras, se perpetúan conflictos, se ralentizan procesos, quedan en el aire proyectos importantes que quienes tienen el poder se niegan a poner en marcha, se debilitan las instituciones y la democracia. No obstante, el reloj sigue hacia adelante, inalterable, y su único mensaje es que no hay otro momento que ahora. Lo que pensamos hoy es lo que importa, lo que decimos hoy es lo que trasciende y nos lleva hacia lo que algún día seremos, aunque después nos replanteemos. Recuerdo a la mujer que era cuando tenía 20 años y me siento lejana de ella, pero cómo no si han pasado trece años. Me culpo por los errores de ese entonces, me recrimino e intento en mi memoria modificar lo que es imposible: el pasado. Pero observo en quién me he convertido y me gusta lo que encuentro, entonces agradezco por todo lo que he vivido, porque si no sería otra persona. Esas sensaciones de invalidez por esas formas anteriores y de gratitud por lo que he logrado se mezclan para darle paso a una catarsis personal y radical conmigo misma. Para hacer las paces con esas mujeres discrepantes, todas tan singulares y convencidas de que hacían lo correcto en lo único que existía: ese instante de tiempo.

Seguramente en unos años releeré las columnas que en esta época escribo y me avergonzaré un poco y hasta me sorprenderé por lo que hoy pienso, o tal vez, me reafirmaré en unas posturas y me agradeceré por haber persistido en la búsqueda. Escribí este texto a propósito de las elecciones de este domingo, pues la Amalia de hace cuatro años salió a votar con miedo, con rabia y egoísmo, y jamás se imaginó que la de mañana saldría a votar con convicción y esperanza, no por un proyecto político perfecto, pero sí honrando lo que soy y en lo que creo necesario, no únicamente para mí, sino para los demás.

De las búsquedas propias me queda solo una certeza: uno cambia.

4.9/5 - (10 votos)

Compartir

Te podría interesar