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La frase es ya famosa. O lo es tanto como puede serla. Creo, incluso, que hay una película que la usa como título: ser colombiano es un acto de fe.
Viene de Ulrica, un cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges.
“Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano. Me preguntó de un modo pensativo:
—¿Qué es ser colombiano?
—-No sé —le respondí—. Es un acto de fe”.
No deja claro Borges en qué o en quién está depositada esa fe.
Una mejor definición sería que ser colombiano es una manera de estar en el mundo, una forma de habitarlo, de aprovecharse de él… y de los demás. Una costumbre arraigada que nos convoca a ser, ya no mejores, a duras penas más listos que los demás.
Es como pasar de los relatos del Tío Conejo a los de Pedro Rimales hasta llegar a personajes como Cosiaca o Majija: gente que cuando no gana empata. Avispados, avivatos, abejas, biblias. Llámenlos como quieran; vivos que viven del bobo, quizá digan ellos de sí mismos.
El asunto va de menor a mayor, de regional a nacional. El mito del vivo y su exaltación es ya costumbre paisa. En estas montañas es común felicitarse a sí mismo cuando se gana en un negocio injusto. Tumbar al otro se presenta como una urgencia de la negociación. Nos jactamos de ello luego.
La viveza crece, claro, y se convierte en un talento nacional. Véanlos ustedes, tan despiertos, tan capaces, tan osados, corriendo en tumulto para entrar sin pagar a un partido; véanlos trepando rejas, reptando por canales de aire acondicionado, porque para qué pagar por algo que ellos, en su viveza, pueden disfrutar gratis.
Ese talento, lástima, no es solo nacional. Acaba de pasar en Argentina, en medio del debate entre el gobierno del recortador de derechos Javier Milei con su antecesor, Alberto Fernández, un cruce de afirmaciones sobre si a una persona se le otorgó o no una pensión de invalidez para la que presentó la radiografía de un perro. Que sí, dicen los de Milei. Que no, dicen los de Fernández. Pero lo de los rayos equis del perro es cierto: el avivato existe.
«Están ahí, pero no los ves. De eso se trata, están pero no están. Así que, cuidá el maletín, la valija, la puerta, la ventana, el auto. Cuidá los ahorros, cuidá el culo… porque están ahí y van a estar siempre (…) Son descuidista, culateros, abanicadores, gallos ciegos, biromistas, mecheras, garfios, pungas, boqueteros, escruchantes, arrebatadores, mostaceros, lanzas, bagayeros, pesqueros, filos», le dice Marcos a Juan en la muy argentina Nueve reinas.
Y los habrá en otras latitudes, también, aunque aquí pululen. La diferencia, quizá, es que aquí se les celebra, se les aplaude y solo cuando (¡oh, vergüenza!) se siente que nos hacen quedar un poco mal, se les señala. Pero ellos, como el buen Lázaro de Tormes, dirán: «Yo, señor, no soy malo».
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/