Una historia de corrupción

Una historia de corrupción

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Leyendo la “Breve historia de la corrupción” del periodista italiano Carlo Alberto Brioschi es inevitable quedar con la sensación de la casi naturalidad de la corrupción como fenómeno social. Desde la compra de votos en la democracia ateniense para definir cómo invertir las ganancias de las minas de Laurión, la recepción de sobornos por parte de los senadores romanos para apoyar a uno de los príncipes de sus aliados númidas en una guerra de sucesión, hasta la recepción de comisiones por parte de los gobernadores coloniales británicos de la India y las acciones fantasmas de la empresa estadounidense Enron para falsificar sus estados contables.

Pero, así como ha sido constante su presencia, lo ha sido su denuncia. Por eso sabemos de su existencia, porque tan vieja es la corrupción como la creencia en su injusticia. Hay muchos cambios históricos sobre lo que consideramos y no corrupción (e incluso legal y culturalmente, hay muchos matices actuales), pero la idea de que “hay algo” malo en aprovechar la trampa, la deshonestidad y el abuso de poder para ganar un beneficio económico directo o indirecto por encima de los intereses o reglas colectivas nos ha acompañado siempre.

Viendo ese recorrido también aparece un elemento común de su naturaleza, la preocupación por justificar la corrupción, sea por los corruptos o por sus beneficiarios. Así, ya en la comedia “Los Caballeros” de Aristófanes, por allá en el siglo V a.c., un personaje se respondía un reclamo diciendo: “¡Pero yo robaba en interés del Estado!”.

Y es que suele haber algo de reivindicación en los corruptos. Son oportunistas, obvio, porque sacan provecho del poder momentáneo, de la posibilidad ganada de excederse en lo permitido para sacar beneficio. “Es ahora o nunca” pensarán. Pero también hay algo de considerar que por haber llegado allí se lo ganaron. Es un mérito extraño, sustentado en la percepción de que hacerlo es “lo que hacen los políticos” y que lo robado es el botín ganado en la victoria. Así como los generales victoriosos se quedaban y repartían los despojos de los vencidos, así los políticos corruptos se apropian y reparten lo de los ciudadanos; los únicos verdaderos perdedores de la lucha política.

Ahora, pongo en el centro al “político corrupto” porque, aunque no todos los beneficios los recibe directamente, sí es quien dispone para que todas estas cosas ocurran. Es él quien entrega, por acción, por omisión, o por la extraña actitud entre las dos. Sin él, las filigranas que constituyen el entramado corrupto, las partes dispersas que arman un cartel, no existirían.

Por el lado de quienes denuncian, también advertía Karl Popper que dado que no existe un método infalible para evitar la corrupción de los poderosos “el precio de la libertad ha de ser la eterna vigilancia”. Y quizá esa sea una gran lección histórica de este recorrido sobre la corrupción, que es en la asimetría de poder en la que vive y prospera el abuso, y en democracias liberales como las nuestras la única alternativa para contener esa pulsión, auto justificada y aprovechada por el corrupto, sea una vigilancia robusta y constante.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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