Mientras sufro el calvario de tener cálculos renales, no puedo dejar de agradecer estar vivo en esta época. Analgésicos, antibióticos, imágenes diagnósticas y precisos láseres que me hacen más llevadero todo y que eran cosas inimaginables hace poco más de un siglo, es decir, un segundo en la proporción de la historia de la humanidad.
Inevitablemente encuentro allí una relación política, específicamente con un argumento que usa continuamente el petrismo: como Colombia está en tan mal momento, no podría estar peor, por lo tanto no debería darnos miedo experimentar con Petro y sus ideas en la presidencia.
Y claro, es cierto que la pandemia significó para todo el planeta un retroceso social y una profunda crisis económica. Además de la existencia de problemas innegables del país como su alto desempleo, una baja movilidad social o una violencia estructural que persiste. No es esta una invitación al conformismo.
Todo depende del punto de comparación. Si nos medimos con los mejores países de la OCDE, no salimos bien librados, pero si nos comparamos con el país de, por ejemplo, 1980, los cambios no son pocos y tampoco espontáneos, las generaciones precedentes también lucharon y consiguieron mejoras.
La pobreza y la violencia vienen en continuo decrecimiento, el acceso a bienes de consumo, educación y salud ha representado una verdadera revolución. También la democracia se ha consolidado, la diversidad de personas electas en sus partidos, ideologías, sexo, color de piel y orígenes era impensable una generación atrás.
Al valorar lo que como sociedad hemos conseguido seremos menos proclives a los espejismos populistas que pretenden escribir la historia desde cero. La historia de la humanidad demuestra dos cosas, que todo tiempo pasado fue peor y que todo es susceptible de empeorar.
