Tipos de contenido

Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Nuestro perverso imperio romano

Te podría interesar

Elige el color del texto

Elige el color del texto

Escuchar artículo
PDF

Hablar sobre la historia de la humanidad asusta, y opinar sobre ella mucho más. El largo proceso histórico que nos ha llevado hasta hoy ha reducido muchos ámbitos a lo privado y desconocido, aquello profundo de lo que no solemos hablar, o que reducimos con unas cuantas vagas frases. Perversidad, sevicia, pecaminosidad, sexualidad, control y política son algunas de las palabras que se nos vienen a la cabeza cuando pensamos en el Imperio Romano, en las tradiciones existentes antes de Cristo, cuando los grandes filósofos aún caminaban por estas tierras y los emperadores marcaban el paso del tiempo y el desarrollo del mundo.

Netflix y HBO me vendieron la imagen de las orgías que no distinguían de sexo alguno, de bacanales en nombre de un Dios, excesos de alcohol y una sociedad tan incontrolable con la de la antigua Grecia. La vida en el cuarto romano es una reproducción de película, una que creímos en su totalidad y que nos ha generado a todos el morbo que tanto buscamos constantemente; morbo de imaginar posible el dar rienda suelta a todos los deseos, las curiosidades y las censuras que asociamos en la actualidad con la cristiandad. Se nos hace excitante imaginarlo pero, ¿realmente eran así las cosas en el Imperio Romano? ¿El placer era tan libre y desmedido como en las series de la época?

No, la respuesta es un grandísimo no porque para que el placer sea libre tiene que carecer de un objetivo o fin más allá de las sensaciones y la sexualidad era el ámbito más político y me atrevería a aseverar, trascendental, bajo los cimientos del Imperio. Nada de lo que sucedía en la cama era exclusivo o íntimo si no todo lo contrario: comparable con un juicio o una sesión del mismo Senado.

Parte de lo que hemos reconstruido de aquella época está fundamentado en los pocos restos que perduran en el tiempo y a su vez de los discursos inmediatamente posteriores que buscaban una legitimación de la pureza, la castidad y los valores bíblicos. Seguramente las comedias, las esculturas y las inscripciones en templos romanos nos dejan entrever un tono picaresco y erótico en su narrativa, pero nada nos asegura que fue tan tremendo como Espartaco o los mitos de Baco e Ifis.

Lo que nos sucede con Roma es muy parecido a lo que podrán decir las siguientes generaciones de la nuestra, porque lo que suele perdurar en el arte y los periódicos no son fiel reflejo de la cotidianidad. Los romanos castigaban a los Helenos, y los Helenos a los romanos por lo que muchas de las representaciones políticas que conservamos son, como también nos sucede a nosotros, fake news. Que el César solía tener fiestas privadas con sirvientas, que Cleopatra era despiadada y dominaba a Marco Antonio y que Livia Drusila era sádica y ninfómana solo son ejemplos de narrativas que adaptamos durante siglos y que poco se han podido cuestionar.

Algo que se nos escapa, como que hoy en día la sexualidad también es un arma de ataque y que nada se vincula más a la imágen pública de una mujer o un hombre con poder que cualquier tipo de acusación asociada al cuerpo y la intimidad, cualquier rumor que les convierte en seres vulnerables a la carne y los pecados, a lo que toda la vida hemos asociado a la moralidad cristiana.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/

Califica esta columna

Te podría interesar