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Pienso en el patriarcado como en una casa de madera hecha para los varones. La luz es de neón blanco y todo el día está prendida. Siempre hay alguien martillando, taladrando, escuchando una música horrenda a todo volumen. Por más de que la limpien esa casa siempre está sucia. El polvo hace que respirar adentro sea doloroso y todo huele a húmedo. La puerta está siempre con llave y solo se puede salir al jardín por una ventana estrecha que alguien olvidó cerrar. Pasar a través de ella es difícil. En el jardín no se escucha tanto el ruido y los ojos descansan en la luz cálida del sol, pero no se puede estar afuera mucho tiempo: la comida está adentro, las personas a las que queremos también y, además, el jardín está cercado y después de un rato no hay mucho que hacer. Es más interesante estar adentro viendo todo lo que pasa.
Esta analogía me sirve para organizar las ideas y para pensar en las acciones que privilegio en el desafío a la cultura patriarcal. Hace unos años creía que a la casa había que ponerle una bomba. Hacer que todo explotara y construir una nueva sobre las ruinas de la anterior. Luego entendí que no había forma de que la explosión no acabara también con las personas que se suponía iban a hacer la casa nueva. Tal vez uno podría vivir dentro de esa casa y remodelarla de a poco. Reparar las tuberías que gotean, pintar y abrir las ventanas para que saliera el polvo. Quienes han reformado una casa saben que para hacerlo hay que irse y ya sabemos que de esa casa no se puede salir. Además, una vez se expone el cableado y se inspeccionan con juicio todos los sistemas, la idea de la “reparación gradual” se vuelve absurda: habría que arreglar todo al mismo tiempo.
Ahora pienso que la mejor forma de destruir una casa de madera es llenarla de termitas. Ellas van a pasar desapercibidas y cuando las descubran ya no habrá nada que hacer para detenerlas. La casa estará irremediablemente dañada y la cerca del jardín hueca. Las termitas no se frustran con facilidad: lo que les interesa es la celulosa que las alimenta. Que la casa se caiga es un plus.
La teoría feminista nos ha mostrado que la sociedad contemporánea está diseñada para los hombres y que esto es a la vez causa y consecuencia de que ellos concentren el poder. La patrilinealidad y la patrilocalidad, es decir, que la filiación se determine por el vínculo paterno y que la ubicación de la residencia responda al lugar de origen del marido, se normalizaron para proteger los intereses de los hombres. Alrededor de estas dos instituciones se construyó una cultura en la que el valor de las mujeres está determinado en relación a ellos: primero al padre y luego al esposo.
Para destruir la casa las termitas de mi invasión imaginaria tienen que agotar esta idea y convertirla en excremento. Las mujeres tenemos una vida propia y debemos centrarla alrededor nuestro y de nuestros intereses en lugar de organizarla alrededor de los hombres y de su deseo. A esto era a lo que se refería Virginia Woolf cuando decía que debíamos tener “una habitación propia”. Descentrar a los varones de nuestra vida no implica renunciar a compartirla con ellos, sino asumir que no son quienes validan nuestra experiencia y que el mundo también nos pertenece a nosotras.
Este cambio puede ser difícil, no solo porque va en contra del discurso dominante sino porque las formas de organización capitalistas privilegian a la pareja y a la familia en la construcción de una “vida buena”. Pero, como las termitas, podemos disfrutar de un banquete en el proceso. ¿Cuánta energía vital dirigimos a varones que más que compañeros son cargas? ¿Qué tanto nos alejamos de nuestros intereses para encajar en sus deseos? ¿Cómo es la vida cuando pensamos en los hombres como verdaderos compañeros y no como lo que hace que nuestra vida tenga sentido?
Convertirnos en termitas e infestar la casa patriarcal haría de nuestro presente un gran festín compartido con millones de compañeras y, además, abriría la posibilidad a otros futuros. Descentrar a los varones de nuestras vidas eventualmente dejaría sin fundamento la patrilinealidad y la patrilocalidad y desmontaría las dos instituciones más importantes del sistema económico actual: la propiedad privada y la familia. Hay mucha madera por morder antes de que la casa tiemble, pero por algo hay que empezar y, sobre todo, hay que gozar en el proceso.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/