Ahora que el gobierno propone una reforma política vuelve al ruedo la discusión sobre nuestro diseño democrático. Uno de los puntos más álgidos del debate, que incluso ha puesto a los Verdes en una posición incómoda dentro de la colada gobiernista, es la posible implementación de las listas cerradas obligatorias como un supuesto mecanismo para fortalecer los partidos y, por ende, la democracia.

Difícil creer que los partidos políticos, controlados por gamonales, se democratizarán y le entregarán avales a candidatos nuevos e independientes, en vez de a viejos y fieles súbditos de la clase política. Es más, la propia experiencia de la lista cerrada del Pacto Histórico es un desayuno de lo que será el almuerzo: los nuevos líderes sociales al fondo de la lista mientras que los primeros lugares fueron para los políticos más rancios.

Además, hay otra cosa que no le cuadra a esta reforma: los ciudadanos colombianos no tienen ni idea de cuáles partidos existen y qué representan ¡Y no es su culpa! Son muchos, pasan por ciclos de metamorfosis, cambian de nombre, logo, color e ideología como quien cambia de ropa, y son una novedad para cada elección.

Haga un ejercicio honesto, busque el tarjetón de las elecciones legislativas del año pasado de su departamento y haga la cuenta de cuántos logos reconoce, y si sabe qué representa cada uno de ellos. Soy politólogo y dedico mi vida a la política electoral, aun así confieso que un cuarto del tarjetón fue un misterio para mí.

Para colmo de males, nada más que para las próximas elecciones locales de Medellín ya hay 11 movimientos inscritos ¡11 logos nuevos para la atosigada ciudadanía! ¿Cómo es exactamente que nos pretenden volver una democracia de partidos con esta guachafita? Pero claro, mi pregunta es naïf, porque asume que la reforma que propone Petro es para que seamos un país más serio y no un mero pago de favores a los caciques dueños de los partidos que le mantienen en orden las mayorías en el Congreso.

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