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Confieso que en ese momento me interesaba todo, menos la política. Estaba en un asado, y los temas de conversación iban más enfocados al calor de los últimos días y al olor embriagante de la comida que ya se anunciaba deliciosa. De repente, las notificaciones de mi celular empezaron a preocuparme, algo debía pasar para que tantos mensajes llegaran en tan poco tiempo.

Se murió Piedad Córdoba, leí en la pantalla, y comprendí qué pasaba. Estoy en más grupos de Whatsapp de los que quisiera, y como politólogo la mayoría de ellos son de esos en los que se habla mucho de política y poco de soluciones. En todos querían dar la chiva.

Se murió Piedad Córdoba, grité buscando dar también la primicia en el asado, y por un momento todo quedó mudo. Nos mirábamos buscando reaccionar cuando algún comentario suelto cortó con el silencio: siquiera se murió.

Miré los grupos y en casi todos había varios comentarios celebrando la noticia. En redes ni se diga, memes y chistes inundaban las aplicaciones con todo tipo de frases y juiciosos que demostraban la alegría que les producía la muerte de Córdoba.

Después de un rato en otro grupo de Whatsapp, el de los amigos de la universidad, otro tipo de frase me hizo pensar un poco más hondo en lo que estaba pasando: siquiera descansó. No era una celebración a la muerte, sino al fin de un sufrimiento. No me pude quedar quieto y pregunté el porqué; porque este país nunca la quiso y nunca la dejó en paz, me respondieron. Es curioso, incluso con la muerte a los colombianos nos cuesta echar pa´l mismo lado. Piedad Córdoba había acabado de fallecer y ya miles buscaban condenarla y exculparla.

Y ojo, que esto no es una columna para defender a nadie. Es una reflexión serena frente a nuestro maniqueísmo necio ante la vida, la negativa a ver escalas de grises en seres imperfectos.

Imagino que usted, querido/a lector/a, estará de acuerdo conmigo frente al rechazo de usar la muerte para lavar imágenes. No podemos seguir creyendo en esa antigua frase de no hay muerto malo, pero es también justo balancear las virtudes y defectos, los errores y los éxitos de una persona cuando se atreve uno a dar un juicio (Porque además ¿quiénes somos nosotros para hacerlo?).

Ante la muerte de Piedad Córdoba, ante la muerte de cualquier persona que haya marcado la historia de un país, la celebración o el lamento deben ser simples antesalas de las reflexiones que se deben hacer frente a su paso por el mundo. Porque hablar de los tiempos de Córdoba es hablar de la violencia política, es hablar de las víctimas del paramilitarismo, de las de las guerrillas, es hablar del secuestro como herramienta política, es hablar de la tragedia venezolana, es hablar del racismo. Detrás de su figura imponente y su voz gruesa, detrás de su imagen icónica y sus polémicas se esconde el recuento de nuestro tiempo. Hablar de Piedad Córdoba es hablar de la Colombia del comienzo del siglo XXI, para bien y para mal ¿Seremos entonces capaces los colombianos de dar los debates que nos debemos de esos años o nos centraremos en atacar o defender la figura histórica? Debatamos sobre el secuestro y por qué se normalizó en nuestra historia, debatamos sobre la catástrofe que vive Venezuela y por qué tantos que la defienden hoy quieren lavarle la imagen, debatamos sobre el uso de las instituciones públicas para perseguir políticos opositores, debatamos sobre las pocas oportunidades y los cientos de tropiezos que deben superar las minorías para ascender en la política colombiana. Debatamos sobre las génesis de las polémicas que encarnó Córdoba si de veras queremos profundizar en la Colombia de las ambivalencias para transformarla.

Aunque la persona ya no está, a los que seguimos se nos presenta la oportunidad de repensar lo que ella representó o enfrentó. Hace unos años, cuando la entrevisté para un canal local, anunció que dejaba definitivamente la política y que no quería que Gustavo Petro fuera presidente porque, en sus palabras, era una mala persona. Sin embargo, dos años después me sorprendí al verla en la lista al Senado del Pacto Histórico, haciéndole campaña precisamente al que me había señalado de rival. Esa figura, esa política, es la que debemos repensar, son sus actos y vivencias las que debemos reflexionar y debatir. Yo prefiero el por qué que el menos mal.

Murió Piedad Córdoba y el nivel de polarización que vivió el país con la noticia es impactante. La alegría que sentían algunos y la tristeza de otros rápidamente se convirtieron en agresiones escritas y pronunciadas que seguían profundizando la brecha que nos ha separado desde siempre. Colombia pareciera condenada siempre al desencuentro, a la incapacidad de conjugar en plural.

Por eso, insisto, las reflexiones que se deben hacer no se limitan a un juicio sobre la vida y obra de Córdoba, sino uno frente a lo que representó, a su momento, a sus decisiones y sus circunstancias para encontrar una respuesta, un camino, un propósito colectivo.

Ojalá pudiéramos obrar con la suficiente bondad y grandeza para que, al momento de morir, la gente diga sincera un siquiera vivió. ¡Ánimo!

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