¡Señor, es una estafa!

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El libreto ya es conocido por muchos. Pero, sigue funcionando. La llamada tiene tono de conmoción y sentido de urgencia. No hay tiempo. El destinatario debe salir de inmediato a consignar un montón de plata pues, de lo contrario, a su pariente le pasarán cosas atroces. Esa no es la única modalidad: supuestas llamadas de bancos o de centros de caridad también funcionan.

En los medios de comunicación alertan sobre las “llamadas extorsivas” que, la mayoría de las veces, salen de las cárceles del país. Tienen sofisticados sistemas organizativos: unos actúan en el teléfono, otros lloran en segundo plano. Algunos gritan con voz de mando. En una de las noticias al respecto, mencionaban que, incluso, son ordenados con “los recaudos” semanales. Además, tienen avanzados soportes tecnológicos y, entonces, las estafas son más difíciles de identificar.  

Cuando uno cuenta que trataron (o lograron) estafar a alguien de la familia, es casi fijo que el interlocutor cuente que a él (o a un conocido) le pasó lo mismo. En la conversación nos tornamos expertos en seguridad: la policía debería hacer tal cosa; si ya saben dónde están, por qué no hacen nada; deberían limitar las señales de celular; eso que algunos son cómplices… etcétera.

Lo cierto es que la criminalidad parece ser más veloz, más sagaz y creativa que la institucionalidad. En las noticias cuentan de allanamientos dentro de los establecimientos carcelarios en los que encuentran miles de tarjetas sim y otros tantos celulares. Pero, los resultados de estos operativos no parecen muy eficientes.

Si las instituciones de seguridad se ven incapaces de evitar hechos delictivos dentro de las cárceles, pues, por lo menos en lo que se refiere a esta modalidad de estafa, hay una alternativa: información.

Contarle la historia a amigos y familiares. Hablar con los vecinos. Recomendar aplicaciones del celular que ayudan a medio identificar los teléfonos de estafa (como Truecaller). Poner la denuncia. Es decir, frente al delito y a la incapacidad institucional, la conversación.

A veces nos da pena contar que trataron de estafarnos, “pensarán que soy caído del zarzo”. Pero, sabernos todos vulnerables de alguna manera nos protege. Si entre todos nos comunicamos, si nos avisamos de las modalidades con el, siempre eficiente, voz a voz, con seguridad ayudaremos a alguien, a alguno que, esta vez, no caerá.   

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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