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Para escuchar leyendo: Cuando voy al trabajo, Victor Jara.

Cuatro y cuarto de la mañana, la alarma suena y retumba por los rincones de la habitación, apenas empieza el día y ya se apoderó de vos la angustia porque te cogió la tarde. Cinco de la mañana, te bañaste y vestiste contra el reloj, hiciste malabares para desayunar y ya estás saliendo de tu casa antes incluso de que el sol haga lo propio. Vas a llegar a las seis en punto, pero vas cabeceando en el bus.

Qué extraños somos los colombianos frente al comienzo del día. Cuando estudié en Santiago de Chile, mis compañeros no podían creerme que las primeras clases de una jornada fueran programadas a las seis de la mañana; menos creían incluso que en ese horario también se dieran las clases de los escolares y que fuera, en el sentido más amplio, la norma general para comenzar el día.

Es que no es normal, no tiene ningún sentido obligarnos a esa devoción casi patológica por el madrugar de forma extrema. Albergamos desde la Colonia una cierta fascinación por empezar el día a las 3 o 4 de la mañana, haciéndonos detestar a quienes buscan dormir más o retrasar al menos el inicio de sus jornadas. Madrugar en el diccionario colombiano es sinónimo de buenas costumbres, al carajo con esa idea.

No tiene ningún asidero mantener jornadas desde las 6 de la mañana cuando nuestros índices de productividad son los más bajos de la OCDE, teniendo un aporte promedio de US $20 al PIB por hora trabajada. En Chile, para hacerse una idea, este aporte se ubica en US$35,5.

¿No deberíamos pensar ya en un debate a fondo sobre nuestras jornadas? Hace años el Metro de Medellín, la Universidad Nacional y la Universidad Eafit lideraron un debate interesante sobre la idea de tener una ciudad con horarios escalonados, que permita disminuir los flujos de tráfico, aligerar las cargas al Sistema Integrado de Transporte, alargar los horarios comerciales, mejorar los índices de contaminación del aire y fomentar la ciudad de 24 horas, con los beneficios sociales, urbanos y económicos que esto representa.

No le tengamos miedo a los horarios escalonados, no le tengamos miedo a reflexionar sobre nuestro día a día. Al que madruga Dios lo ayuda, pero tampoco nos exageremos.

¡Ánimo!

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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