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Hace poco, un gran amigo columnista de este medio preguntó por sus redes sociales qué era más importante: un político que se pareciera al común de los ciudadanos o un político que representara un ideal y un modelo aspiracional. Por supuesto, la muestra no era representativa y las respuestas no fueron concluyentes, un 50%-50%. Sin embargo, este pequeño ejercicio nos ha servido para tener varias conversaciones al respecto.

“Se tú mismo”, es uno de esos consejos modernos que pareciera decir mucho, pero en el fondo dice poco. Palabras vacías que nos cargan con la responsabilidad de, en primer lugar, descubrir quiénes somos, tarea ya bastante ardua, y en segundo lugar, ser fieles a eso, casi que de forma inamovible.

Ahora que la política es más de emociones que de contenido técnico, y que las campañas se ganan empatizando con el votante, la carga de “ser uno mismo” es bastante alta. No nos digamos mentiras, cada uno de nosotros tiene un yo oculto que no quiere que los demás vean. Inseguridades, falta de coherencia, miedos, iras, deseos que no se pueden decir en voz alta, en fin… ¿estamos tan seguros de que ser nosotros mismos nos va a llevar a la cima?

Los políticos tradicionales entienden esto muy bien. No tenemos ni idea quiénes son en realidad, porque cada cuatro años cambian su personalidad, sus formas de actuar y sus preferencias políticas. Los que antes eran conservadores, que después fueron progresistas, ya vuelven a ser conservadores. Los que creían en cierto proyecto político que les hacía pensar en grande, ya quieren pasar por la extrema derecha, las que han denigrado de las luchas en contra de las violencias de género hoy salen relucientes a defender su lucha, y así, verdaderos camaleones del “se tú mismo”, que nos dicen a los ciudadanos justo aquello que queremos escuchar, en el tono correcto, con las palabras esperadas.

Adam Grant habla en varios de sus textos de preferir reemplazar ese complejo concepto de autenticidad por el de sinceridad. Parafraseándolo, nos invita no a ser nosotros mismos, porque evidentemente no somos tan excepcionales como para lograr enamorar al público con nuestro verdadero yo, sino por el contrario, intentar ser sinceros, es decir, intentar que eso que decimos que somos sí se corresponda con la realidad. Que si decimos que somos honestos, pues que en nuestro fuero interno lo seamos, que si defendimos al alcalde de turno durante cuatro años, pues que nos la creamos y sigamos de su lado, que si abogamos por el lenguaje inclusivo porque pensamos que nos daba votos, que en el interior nos convenzamos de su importancia. Y así, es un tema más de coherencia que de autenticidad.

Porque retomando la pregunta con la que inicié este escrito, que la respuesta no sea concluyente, aún en una muestra insignificante, nos da pistas de algo muy poderoso; queremos que los políticos que elijamos se parezcan a nosotros, pero nosotros queremos ser ese ideal, ese modelo que decimos ser.

Para cerrar, un buen consejo de Adam Grant: “la próxima vez que la gente diga “Solo se tú mismo” hay que pararla en seco. Nadie quiere oír todo lo que pasa por nuestra mente. Solo quieren que vivamos a la altura de lo que sale por nuestra boca”.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/manuela-restrepo/

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