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Cuando se estaba hundiendo el Titanic, priorizaron a las mujeres y a los niños para que se montaran a los barcos salvavidas y no murieran congelándose en el Atlántico. Supongo que esta mentalidad, la de salvar primero a los niños y a las mujeres, se remonta a la idea de que son las personas más vulnerables. He escrito ya varias columnas sobre cómo creo que la supuesta debilidad de las mujeres es una construcción social que se alimenta de prejuicios en un círculo vicioso entre lo pensado y lo real. Puede estar en desacuerdo o no, pero en lo que usted y yo sí coincidimos es que los niños y niñas, la infancia, es el grupo más vulnerable de personas. Especialmente en Medellín.
No sé cómo se siente que mi cuerpo sea compartido. Nunca he tenido que ver cómo mi estómago se transforma y mis pies se hinchan en nombre de parir a alguien, y nunca he sentido la presión de que mi cuerpo sea un instrumento de alimento. No he vivido los cambios hormonales del embarazo, el dolor de un parto o de amamantar, pero sé que lo mínimo es que quienes están pasando por esto tengan comida.
¿Qué de virtuoso tiene robarle la comida de la boca a las madres gestantes y lactantes? ¿Qué de puro tiene quitarle el alimento a un bebé?, ¿a un niño de tres años?, ¿qué de valiente tiene defender a quienes lo hicieron? La virtud femenina, la inocencia infantil y la valentía que supuestamente defienden, parecen no importarles en lo más mínimo a los funcionarios de la Alcaldía.
Entre todas mis conversaciones con personas de mi edad, amigos de mis papás y propios, familiares, y activistas, he descubierto en Daniel Quintero un tesoro escondido. Daniel, ¿cómo se siente que nadie, absolutamente nadie te apoye más allá de la mano negra que te protege? ¿Cómo se siente haber unificado a hombres y mujeres, gente de derecha y de izquierda, gente del campo y citadinos, “pro-vida” y pro-derechos, a estratos 1 y 6? A través del odio por tu administración nos has dado a personas que discrepamos en política un puente para encontrar un punto medio. ¿Cómo se siente que las personas que te apoyan solo lo hagan porque salen beneficiadas?
No me interesa la política, pero supongo que si en algún momento estuviera en los zapatos de Quintero, me sentiría no solo como una desgracia para mi ciudad y las personas que votaron por mí, sino también como una ladrona de mi propia conciencia, títere de ladrones. Qué decepción tan absoluta e infinita la que sentiría si estuviera en su posición, porque en nombre de los pocos sacrificó a los muchos, en nombre del lujo sacrificó los derechos de tantos. Daniel, ¿cómo sos capáz de mirarte al espejo?
Una vez me dijeron que la empatía no es ponerse en los zapatos de los demás; porque que te los pongas no quiere decir que vas a caminar en ellos. La empatía verdadera es aquella que nos obliga a ponernos en la piel de las otras personas. Sentir lo que han sentido como propio, vivir lo que han vivido como si hubiéramos recorrido ese camino. Por esto es que la empatía es tan difícil. Sin embargo, la siento profundamente con las madres que están recibiendo un gramo de arroz, dos papas y seis huevos para comer durante un mes; la siento por los niños que no recibieron comida durante días porque quienes les ayudarían estaban engordando sus billeteras; siento empatía porque lo que pasó con Buen Comienzo no es un problema de política, es un problema de humanidad. No hablamos de partidos, de ideologías, de discursos y de campañas, hablamos de comida para niños y mamás; lo mínimo.
Una vez se dieron cuenta de que no se salvarían de la muerte segura, los músicos del Titanic siguieron tocando sus canciones, intentando calmar a los pasajeros que también vivían sus últimas horas. Siguieron tocando mientras el barco se hundía, mientras los pasajeros afortunados escapaban, mientras las madres no encontraban a sus hijos, los esposos se despedían de sus familias y el capitán se encerraba en su puesto porque acompañaría al desdichado barco en su descenso al fondo. Siguieron tocando porque desde su posición, en una tragedia, solo podían hacer lo que sabían.
Que ninguna pantalla, ningún concierto, ninguna pancarta, ni ninguna rueda de prensa nos quite la perspectiva. El barco de Medellín se hunde, y en vez de ayudar a las personas más vulnerables, la Alcaldía se está riendo desde la orilla mientras se ahogan. Los hechos son que funcionarios públicos, pagados con la plata trabajada del pueblo, le incumplieron a quienes debían servir, por quienes trabajaban. Y ni un concierto de RBD va a hacer que no le pasemos factura a los responsables. Hay que recordarnos a nosotros mismos, una y otra vez, que es el pueblo el que manda al Estado, y no al revés.
Como personas que habitamos en Medellín, como paisas, como colombianos, tenemos que hacer lo que podamos desde nuestras experiencias y conocimientos, como aquellos músicos en 1912, para asegurarnos de que haya justicia. Porque en Medellín no nos dejamos robar. En Medellín no nos dejamos ver la cara de bobos, como dice mi papá. En Medellín exigimos quela corrupción en Buen Comienzo nunca vuelva a suceder.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/