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מיאו

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En estos callejones siempre se han matado entre humanos. Creo que para ellos es normal, pues he visto que Jesús es un tipo repleto de sangre, torturado y muerto frente al que se arrodillan y le dan besos. Veneran la muerte.

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Dicen que Jesús caminó por acá. No me preguntes quién era ese tipo, yo solo sé que por eso tanta gente también anda por este lugar. Algunos pasan con trapos negros que cubren toda su cara; otros con un pequeño círculo en la parte trasera de su cabeza que parece proteger la calva contra el sol; algunos sí se cubren con gorras de todos los colores; y otro grupo viste de negro con aparatosos sombreros del mismo color, barbas que tienen más pelo que yo y unas cuerdas que cuelgan de sus patillas, podría jugar con ellas. Lo olvidaba, también hay unos que visten de verde con botas negras pesadas y cargan una cosa negra que dispara y mata. En todo caso, todos andan en dos patas. Prefiero las cuatro que tengo.
 
Pasé la noche sobre una de las tantas cámaras que hay en la ciudad. Es tan larga que alcanzo a acostarme por completo. Su cubierta conserva el calor del día durante el frío de la noche. Mis ojos, como lo de ella, también vigilan la calle. Yo busco comida, ellas no sé qué buscarán. Lo importante es que allí duermo bien, aunque siempre me despiertan los enormes y bullosos cuervos en la mañana. ¡Hijos de puta! Se creen superiores, pues, por alguna razón, la gente no busca acariciarlos y hacen cara de pendejos enamorados cuando los ven. Eso sí me pasa a mí.
 
En Jerusalén somos muchos. Algunos, como yo, viven por su cuenta. Otros recorren los tejados en grupo. Es más fácil cazar desde allí. Tantos humanos hacen que la comida se esconda. Las ratas se meten en los pequeños huecos del suelo, pero desde arriba podemos saber cuándo salen. Ellas nos alimentan. Además, las serpientes rara vez nos sorprenden en los techos. Los humanos creen que somos simples encargados de la limpieza del lugar. La supuesta solución de los británicos para la epidemia ocasionada por las ratas. Pendejos. Lo que no saben es que vivimos mejor que ellos en este lugar, sin necesidad de apartarlos o matarlos.
 
Desde pequeño comencé a dudar de los humanos. Me saludan y me acarician, pero nunca me alimentan. ¿De qué me sirve que se queden mirándome como idiotas?, o, más bien, como humanos. El punto es que comencé a dudar desde que escuché las explosiones en el cielo. Decían que otros humanos estaban disparando a lo lejos con armas capaces de destruir varios tejados. Contaban que muchos de nosotros murieron alguna vez. Se convirtieron en cenizas. Pero otro día vi cómo uno de esos que se visten de verde golpeaba a uno de los que se cubren la cara. No es como que yo no le haya pegado a otro, pero nunca lo he hecho porque sí. El de verde, junto con otros como él, lo tomó en la calle, lo llevó a un patio cercano y lo golpeó hasta dejarlo en el piso. Después se lo llevó, no logré ver hacia dónde. Otros habían visto una escena similar varias veces. Lo hacen de repente, a veces sin importar las lágrimas.
 
En estos callejones siempre se han matado entre humanos. Creo que para ellos es normal, pues he visto que Jesús es un tipo repleto de sangre, torturado y muerto frente al que se arrodillan y le dan besos. Veneran la muerte. Lo sé porque es en esos lugares donde, en los rincones, suelo encontrar bastante comida. Pero también he visto a otros arrodillados o dándole besos a un muro enorme. Es literalmente una pared con arbustos que alguna vez llegué a trepar. Allí entran los que tienen las cuerdas en sus patillas y los que tienen el pequeño círculo en sus cabezas. Por lo menos es un muro y no un muerto. Sin embargo, los que saben dicen que los del muro son los mismos que los de verde. Aquellos son quienes envían a los de verde o algo así. Tiene sentido. He visto cómo los niños que antes visitaban el muro, con los círculos en sus cabezas, se convirtieron en personas de verde cuando cumplieron más o menos dieciocho años. Todos esos lo hacen, al parecer sin dudarlo. ¿Podrán dudarlo?
 
Ya que les hablé del muro, aprovecho para contarles que es justo allí donde consigo agua. Al parecer se lavan las manos antes de entrar al famoso muro. Yo tomo agua de allí, no me importan las manos. Es que después de enero y febrero escasamente encuentro el líquido en los techos o en platos viejos. Eso es lo más complicado en este lugar. El verdadero problema para nosotros. Dicen que Jesús multiplicó el pan y el vino, pero, juepucha, ¿por qué no pudo multiplicar el agua? Los humanos nunca piensan en nosotros, solo nos toman fotos. No sé cómo hacen para vivir, pero en las calles santas solo hay polvo.
 
Los humanos se matan por sus vestidos, pero no tanto por el agua. Alguien alguna vez me dijo que ellos nunca toman agua. Dicen que no son de este planeta. Es probable. En cualquier caso, aquí tengo lo que necesito. Sería mejor si no estuvieran los humanos y no tuviera que preocuparme tanto por convertirme en cenizas. Bueno, también si no estuvieran los cuervos. Por ahora, buscaré el techo de un carro para tomar el sol. Por lo menos los humanos hacen carros y cámaras. Por eso nos quedamos entre las calles. Disfrutamos del territorio, no buscamos fijar fronteras o perseguir la tierra prometida de los gatos.

Otros escritos por este autor: https://noapto.co/martin-posada/

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