Decía Gabriel García Márquez (o dicen que decía) algo como así: uno se puede ir de Colombia 20 años y no pasa nada. Pero se va una semana y pasa de todo. O menos.
El martes, por medio de una tutela, le levantaron la orden de detención al condenado en primera instancia Álvaro Uribe Vélez. En su primer acto público fue ir a Sabaneta, pasearse por sus calles y asistir a una misa en la iglesia de María Auxiliadora. Hubo un tiempo en que a la virgen de aquel templo la llamaban la Virgen de los Sicarios.
Dio un discurso luego, claro. Apareció un micrófono, una pequeña tarima improvisada, una pantalla gigante para que lo vieran todos los presentes. Usó palabras que era obvio que iba a decir: narcodictadura, patria, patriótico, dios, mártir.
Ese mismo martes, la Registraduría Nacional del Estado Civil avaló la inscripción de un comité que impulsa un referendo para tumbar el Acuerdo de Paz entre el Estado Colombiano y las Farc. Es una jugada trapaza, sin pies ni cabeza ni futuro legal alguno. Pero es perfidia que alimenta la rabia, combustible de la actual campaña. ¿Quién impulsa este embeleco? Un abogado llamado Julián Rocha, quien fue candidato del renacido Movimiento de Salvación Nacional, el partido fundado por Álvaro Gómez Hurtado.
El miércoles, al alcalde de Medellín decide presentar un ambicioso proyecto —no me atrevería a decir que innecesario, pero sí inoportuno, cuando menos—. ¿Cómo lo hace? Superando con creces la más ridícula de las ficciones, emulando a Prometón, el personaje de una campaña contra las propuestas demagógicas. Busquen el video, es increíble el parecido en las formas: «Han dicho que lo único que le falta a Medellín es mar y playa. Pues vamos a construir el mar para la gente», anunció Federico Gutiérrez. Fico, como le gusta que lo llamen.
Bien podría decirse que es cinismo que el mandatario elija esas palabras, «lo único que le falta a Medellín», cuando esta es una ciudad con hartas necesidades irresueltas que él mismo debería conocer. Ya otros han hecho el listado de esas prioridades.
El jueves: horror y espanto. Bombas, ataques. Otra vez vamos en esa parte del bucle infinito de nuestras violencias que se reciclan, que no tienen fin. Y que fuimos incapaces de ponernos de acuerdo cuando pudimos haber terminado de la mejor manera con una de tantas. «Quiero volver a ver bajas guerrilleras en las noticias todos los días», reclama un anónimo en Twitter a quien su sed de sangre le dio viralidad. Debe haber varios como él. Quizás el abogado de unos párrafos anteriores sea uno de ellos.
Ese mismo día se confirmaba la negativa de Nicaragua de devolver al imputado por corrupción Carlos Ramón González, quien fuese exdirector del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República durante el mandato de Gustavo Petro. Ya se nos va haciendo costumbre que cada gobierno tenga su propio prófugo de la justicia.
Viernes: abuchean al precandidato presidencial por el Pacto Histórico, Gustavo Bolívar, en un foro de la Anato. Ya no hay ni siquiera el intento de entender las diferencias, la mímica del respeto. Es momento de acallarlas. Aquí no vengas a decirme nada, parecen informarle con su silbatina y sus chillidos. El día antes, allí mismo aplaudían el embeleco del mar de Medellín, como focas en la playa.
Volvamos al viernes. Miguel Uribe Londoño, padre de Miguel Uribe Turbay, recibe la autorización del Centro Democrático de ser el quinto nombre en la lista de aspirantes por el partido que tiene como presidente vitalicio al expresidente condenado.
Una adenda de carácter internacional en este último día de la semana: la Organización de las Naciones Unidas declaró oficialmente la hambruna en Gaza. Calcula que hay 500.000 personas en riesgo de morir de hambre. El criminal estado de Israel, en cabeza de Benjamín Netanyahu, no detiene la matanza en las ruinas de lo que fue Palestina.
Paremos aquí. El lunes otra semana. Dentro de 20 años Colombia seguirá siendo, posiblemente, la misma. Cambiarán los nombres, se repetirán ciertos apellidos, seguiremos girando en este espiral que nunca acaba.
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