Relaciones del siglo XXI

Relaciones del siglo XXI

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Ser una mujer en el siglo XXI en una relación afectiva con un hombre, resumido en una simple pero contundente palabra, es complicado.

He hablado de las durezas masculinas, pero hoy hablaré de lo que sufrimos nosotras, las mujeres cisgénero, en relaciones afectivas con el género opuesto; especialmente en la época de las redes sociales, donde abundan inseguridades, cuerpos retocados y pornografía.

En estos días tuve una conversacion (poco constructiva, pero develadora de tristes verdades), en la que un hombre me dijo: “nos comportamos así porque eso es ser hombre; me quiero sentir hombre”.

A qué comportamientos se refiere. Al innegable morbo; verbal, textual y físico, que burbujea en los ojos, manos y pantalones de los “hombres” observando mujeres ajenas.

En esta conversación, me alegaban que una mujer no puede esperar que su pareja “deje de tener ojos para otras mujeres”, ya que “es imposible no admirar la belleza en todas partes”.

Comentario que me pareció cáustico. No solo por los labios de los que salía, sino por la abrupta mentira detrás de esas palabras. El hombre (promedio), que consume pornografía, que se dedica a reenviar fotos de mujeres, o, incluso en una relación afectiva, a comentar (morbosamente) sobre el físico de otras, de ninguna forma está admirando su belleza. Ese hombre piensa en una sola cosa: sexo.

Tema que no pretendo volver un tabú, y que en el día a día puede ser una simple banalidad; un lenguaje masculino que la mujer ‘no entiende’. Sin embargo, no deja de ser algo que, con los años, se convierte en un hábito innecesario; al igual que una negación rotunda de parte de un hombre que no entiende la diferencia entre la contemplación y la lascivia.

No me vasta con manos y pies para contar la cantidad de cumpleaños de abuelos, primos, tíos, familiares de parejas, etcétera, en los que algún viejo arrugado me miró de cierta forma, o hizo algún chiste indebido; por supuesto, con su esposa al lado. Es ese irrespeto el que en verdad me altera.

Es triste cómo la sociedad ha acolitado e incluso incentivado este comportamiento tóxico entre hombres, y mas fácilmente critican a la mujer que se deja afectar, que al tema mismo. A nuestros abuelos se les crió con la mentalidad machista de hablar ampliamente de mujeres y verlas como un objeto, como una máquina de bebés, y a nuestros hijos y hermanos, se les crió con un iPhone, con el que, a un click de distancia, acceden a todo tipo de contenido que corrompe y pudre sus mentes desde una temprana edad. 

El hombre se acostumbra al botón de enviar en Instagram, a ‘rotar’ nudes, a discutir detalles privados de la intimidad de su pareja, grabar a mujeres en actos sexuales sin su consentimiento, ente muchas otras. Desde el colegio crecen con esta avalancha de hormonas que fácilmente ‘equilibran’ con los picos de dopamina que les generan estos estímulos. Se vuelven adictos sin saberlo.

Lo verdaderamente triste es cuando estos niños se vuelven adolescentes, y adultos, y esposos, y padres de familia; luego tíos, padrinos y abuelos, y siguen exactamente igual.

Puedes ser la mujer de su vida, pero igual solo serás un cuerpo más en su mente. Puedes ser la mujer a quien le llora y despliega su cuerpo y alma, pero en las noches se toca pensando en otra.

Puedes ser la mujer con quien compartió toda su vida, pero con tres tragos encima, y en compañía de otros hombres que lo incentiven, será un hombre que desconoces y que se refiere a mujeres, claramente aún jóvenes, de maneras reprobables, carnales y vacías.

“Cómo me pudo decir que era admirar belleza”, me pregunté, apretando el puño en la noche.

Yo admiro la belleza cuando veo una amiga más radiante de lo normal, cuando su pelo flota de cierta forma al caminar, cuando su vestido resalta el brillo de sus ojos. Ellos no se fijan en eso.

A dónde tengo que ir. A qué esquina del mundo me tengo que escapar para estar lejos de las reacciones de Instagram; de los grupos de hombres, que llenarían biblias a punta de nombres de usuario de niñas semidesnudas; de los padres de familia que todavía tienen la mentalidad de un puberto de diecisiete.

En qué esquina del mundo no han corrompido el corazon de las mujeres; no han dañado a esa niña feliz que corría en el campo con lodo en las botas, y ahora trasnocha editanto su cintura en diversas aplicaciones, para semejar las mujeres que mira su novio. En qué esquina del mundo no existe la niña que se volvió bulímica por compararse a cuerpos irreales y altamente editados de las redes sociales. O la que se sometió en procedimientos quirúrgicos peligrosos para parecerse a una actriz porno. O la que se maquilla, no porque lo disfrute, sino porque le aterra que su rostro no se vea como esos de redes sociales. Qué pasa con la voz de todas ellas. Qué pasa con su niña interior.

Yo persigo lo bello, lo admiro. Pero lo bello, para mí no reside en un abdomen rallado, en una nalga. La belleza para mí reside en ojos de sol, en lágrimas, en paisajes. Reside en la autenticidad de cada quien, en el mapa de historias y momentos que exhiben a flor de piel.

Hombres, si están leyendo esto, (y les aplica), no busquen belleza en culos levantados, en tetas operadas, en abdómenes tonificados (que si bien, todo lo anterior puede ser hermoso, hay bellezas más grandes). En cambio, miren en su pareja esas pequitas, pregúntense cuantas risas bajo el sol se las obsequiaron. Fíjense en esas cicatrices en sus piernas, cuantas caídas de esa niña interior traviesa estarán detrás. Fíjense en sus estrías, cuánto ha crecido y transmutado su cuerpo para llegar a esa metamorfósis. Fíjense en el brillo de sus ojos, porque son esos ojos lo único que sigue igual desde su infancia.

Cuanta belleza habrán presenciado.

Eso sí es belleza. Eso sí es de admirar, sí es de compartir.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/penelope-ashe/

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