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Estamos a menos de dos años de que el presidente Gustavo Petro deje el poder. El reloj avanza y el cambio parece que no se concretará, al menos no como lo sugirió cuando era candidato. Este Gobierno dejará incumplida la gran mayoría de sus promesas, comenzando por aquella de extirpar la corrupción y alcanzar la paz total. Ahora bien, en política, al menos en Colombia, pesan más los relatos que los datos.
El presidente llegó al poder ofreciendo recetas fáciles, como acabar en 3 meses con el ELN, aunque la realidad hoy nos muestre lo contrario. Rodolfo Hernández, su contendor, llegó a segunda vuelta con propuestas como que todos los colombianos conocieran el mar. Mientras que los candidatos con propuestas estructuradas, sensatas y realizables en el tiempo no tuvieron oportunidad contra el bazar de las ideas absurdas, pero efectivas en su propósito de sumar votos. ¿Cuál es, entonces, el principal reto para quienes aspiran a suceder al presidente Petro, su partido y sus alfiles? La respuesta: recuperar el relato.
El petrismo cuenta con una aprobación que ronda el 30% y que parece prácticamente inamovible. Ese porcentaje lo apoya a ojo cerrado porque cree en su relato; por eso muchos no atienden a la realidad de que al presidente le da pereza gobernar y piensan que hay un plan macabro de todos los ismos asociados con la derecha para impedir que lleve a cabo su agenda transformadora. Sin embargo, lo importante no es tanto lo que es, sino lo que uno logra que otros crean. En ese punto el presidente y sus personas de confianza son expertos.
Mientras tanto, el centro político (que será el llamado a liderar en los próximos comicios), cuya base es la moderación y el pragmatismo, entra perdiendo. Si a eso le sumamos que durante este tiempo se han desgastado más en ir tras los argumentos del presidente para controvertirlos en lugar de proponer nuevas conversaciones, la desventaja es aún mayor. Esa es la trampa en la que han caído durante este tiempo, en especial porque el actual gobierno tiene una relación fluctuante con la verdad, donde no lo trasnocha tanto lo dicho, pero sí que se repita por todos lados.
La realidad en política (y creo yo que en muchos otros escenarios) es que el dato jamás mata al relato. Y no pasa así por una sencilla razón: el relato tiene en su estructura el objetivo de conectar emocionalmente; el dato, aunque verídico, es frío y, en ocasiones, inentendible. Por eso mi sugerencia siempre ha sido: el dato es mejor con relato. Ahí puede estar una clave para avivar a las multitudes sin hacerle un esguince a la verdad o correr las líneas éticas.
A aquellas personas que competirán por el solio de Bolívar, una amable sugerencia: recuperen el relato. Encuentren intersecciones posibles entre sus propuestas estructurales y las emociones de las personas, establezcan temas que pongan a conversar al país. No vayan a la cacería de trinos y a dar sus opiniones sobre lo impreciso, improcedente o ilegal del mismo; sean ustedes quienes ‘obliguen’ a los otros a responderles.
Las elecciones son más maratón que sprint, así que todo puede pasar. Considero que aquel candidato que logre recuperar el relato y ponerlo en función de su campaña, tendrá casi que un pie en la segunda vuelta.
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