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*Este es un texto a dos voces con dos claras dedicatorias y un único fin: seguir entendiendo lo que sea que signifique amar.
Creí que avanzar era aceptar mi realidad como única posibilidad, que el movimiento no provenía de la consciencia sino de la inercia.
Hace un año fui a tatuarme dos símbolos: la inicial de la persona con la que estaba intentando construir una vida y una casa con el anhelo profundo de pertenecer con él.
Por intervención divina, por la vida misma o por señales que le atribuyo a la sincronicidad ella solo pudo tatuarme la casa y no la inicial: un presagio de lo que ocurrió en los siguientes meses.
Un año después de ese momento estoy rehaciendo mi vida: ¿quién habría dicho que esa sincronicidad me estaba anunciando un nuevo camino al amor que se siente cierto y sin límites?
Todas las personas merecemos segundas oportunidades. Su llegada fue la confirmación de esto: un amor que se siente libre, que es lugar seguro y en el que los dos nos damos nuestro lugar.
He aprendido que el amor sí puede contener todas las palabras y expresiones necesarias, que el amor sí puede sentirse con cada fibra de lo que se es, y que pertenecer no es una acción sino un sentimiento.
Me he preguntado por qué me tomó tanto tiempo sentirme amada y por qué creí que la inercia era la única vía. Este año he entendido que el amor también es algo que se recibe y que cuando sucede es que se vuelve expansivo.
Esa casa que inicialmente plasmé fue nuevamente intervenida por la sincronicidad: ahora que siento que pertenezco con esta nueva persona, la casa fue retocada el mismo día que me tatué la palabra “amor”.
Amar se siente como una casa: la intimidad sin límites y el abrazo profundo a lo que cada uno es.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valentina-arango/