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Salomé Beyer

Privilegios y empatía

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"Y he ahí lo incómodo. No nos gusta comparar, pero es necesario para poder darnos cuenta del grado de privilegio en el que vivimos y, en su defecto, para poder romper esa burbuja y hacer algo al respecto."

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En los últimos años se ha popularizado muchísimo reclamarle a la gente con la famosa frase, “que el privilegio no te nuble la empatía.” Se utiliza cuando una persona no está considerando todo el espectro, cuando piensa que su situación es la misma de la del resto, cuando alguien toma por sentada la igualdad como un concepto que aún no hemos podido lograr y lo considera una realidad tangible. Que el privilegio no te nuble la empatía asume que si tuvieras claridad, te darías cuenta de que las condiciones de todas las personas no son iguales, que hay privilegios y desventajas estructurales. Así, yo puedo concluir que cualquier persona que lo diga tiene claro que la empatía es importante, es necesaria para el desarrollo de una sociedad en paz, un mundo mejor, construir un país más justo.

Y no es ninguna sorpresa que muchos piensen que la empatía es el camino hacia un mejor mañana si desde niños nos están inculcando esto como un valor fundamental. Cuando estaba en segundo, por ejemplo, había un problema gigante de matoneo en el colegio. Tanto así, que hicieron una campaña con una canción, nos la ponían en las clases y nos regalaron pequeños llaveros en forma de zapato, con la “regla dorada” escrita en la suela. “Trata a los otros como te gustaría que te trataran a ti.” Ahí estaba el mensaje subliminal de ponerse en los zapatos del otro, de intentar mirar el mundo con otra perspectiva, con la meta de que al final pudiéramos entender por qué la persona de la que nos burlamos sufre, o por qué la persona que se burla también lo hace. El otro protagonista de esta infame frase, el privilegio, también nos lo han inculcado. Si tenemos con qué comer, con qué ir al colegio, con qué comprar zapatos, con qué viajar, somos unos privilegiados. Si tenemos riqueza económica, tenemos privilegio. A veces, en algunos hogares y colegios, también se habla del privilegio de la salud, pero muchas veces el concepto no avanza más allá de estos dos pilares; la plata y la salud. Es aquí donde quiero explicar por qué pienso que esta frase, que se ha vuelto cliché, no la ha entendido nadie (ni yo). 

El privilegio también trata con desventajas estructurales, con privilegios innatos. Con la crianza que nos dieron y que tanto nos ha favorecido en comparación a otras personas. Y he ahí lo incómodo. No nos gusta comparar, pero es necesario para poder darnos cuenta del grado de privilegio en el que vivimos y, en su defecto, para poder romper esa burbuja y hacer algo al respecto. Desde tener una familia unida, una piel más blanca, ingresos superiores a los de la mayoría de las familias colombianas, poder estudiar inglés, viajar, tener acceso a una canasta básica familiar, todo influye en darnos privilegios, en mover la balanza a nuestro favor. Ser hombre en un mundo con estructuras patriarcales, ser blanco en un mundo racista, ser rico en un mundo clasista. El privilegio abarca mucho, muchísimo más de lo que hay en nuestros bolsillos, de lo que diga nuestra historia clínica. Abarca que los sistemas del mundo a nuestro alrededor estén a nuestro favor.  

Por otro lado, la empatía no se trata de ponerse en los zapatos del otro, como muchas veces nos dijeron en el colegio. Porque, que te pongas los zapatos del otro, no quiere decir que vayas a caminar en ellos. Porque, que te pongas en los zapatos del otro, tampoco quiere decir que tus pies tengan los mismos callos, o que aguanten caminar la misma distancia. La verdadera empatía yace en intentar ponernos en la piel del otro. Sentir lo que siente, ver las marcas que han quedado. Ver con sus ojos, darnos cuenta de que el mundo nuestro es solo una de las más de siete mil millones de perspectivas. Ponerme en los zapatos de una víctima del conflicto armado jamás me hará entender qué tanto ha sufrido, qué tanto ha visto, qué tanto ha pensado. Ponerme en los zapatos de una palenquera jamás me ayudará a entender las estructuras que han llevado a que las comunidades afro en Colombia todavía vivan en las áreas donde sus antepasados escaparon de la esclavitud. Ponerme en los zapatos de un presidente jamás me hará entender por qué ha reaccionado como lo ha hecho, qué ha tenido que hacer para mantener la cordura frente a ataques de todos los lados, qué hizo para hacerles frente a crisis sanitarias, sociales, económicas y políticas. No se trata de excusar, se trata de hacer mi mayor esfuerzo para entender por qué las personas reaccionan como lo hacen, y cómo sus vivencias han construido sus conciencias. 

Digo que nadie ha entendido esta distinción porque es difícil de aplicar. Es difícil cuestionar nuestro lugar en el mundo, por qué algunos tenemos ciertos privilegios mínimos, —privilegios que no deberían serlo— como el agua potable. Es difícil porque creo firmemente que todos somos, por naturaleza, empáticos y, cuando nos enfrentamos a la injusticia que hemos asumido como natural, nos duele. 

Entonces, esta es una invitación abierta para que encuentren ese dolor y hagan algo con él. No se limiten a no estar nublados, a que su conciencia esté clara, sino que guiense por su inconformidad con lo injusto, por la incomodidad que causa la realidad.

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