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Empecé a escribir esta columna como un “ejercicio”. Pensaba que la escritura era algo que podía convertirse en un hábito, como hacer yoga o tomar agua con vinagre de manzana en ayunas. Tres años después sé que es cierto que puede desarrollarse cierta habilidad para producir textos coherentes y que el hecho de comprometerse con un plazo de entrega hace que las cosas sean más prácticas: quiero decir esto, por estas razones, soportada en estos argumentos. Lo escribo. También sé que eso es relativamente fácil de conseguir. Toma algunas semanas si se hace con juicio, como hacer yoga o tomar agua con vinagre de manzana en ayunas.

Lo que en mi caso tardó más fue decidir si ese era el tipo de relación que quería tener con la escritura. Muchas veces, especialmente en el último año, incumplí los plazos de entrega por miedo a parecerme a esos señores que escriben columnas con fórmulas repetidas y cada semana dicen lo mismo, o sea, no dicen nada. Hoy puedo decir que acepté que quiero renunciar a las virtudes de la publicación periódica para que mi escritura, más que un ejercicio, sea un reflejo: algo que no pueda evitar hacer cuando sienta que las palabras palpitan dentro de mí, cuando no pueda dejar de escucharlas y no tenga otra opción que derramarlas en tinta sobre un papel.

Esta aceptación llegó con el reconocimiento de lo que logré con los más de ochenta textos que escribí y publiqué en este portal desde octubre de 2021: poner la mesa. Esta es una idea de Hannah Arendt que evoco con frecuencia y con la que quisiera concluir esta fase de columnista. Ella dice que vivir con otros es como sentarse alrededor de una mesa. Estar y convocar a un espacio que, al mismo tiempo, nos une y nos separa. Los textos que compuse en estos tres años me permitieron saber dónde me siento y dónde se sientan los otros con los que comparto un mundo. Fue una forma eficiente para marcar los límites de mi moralidad y para escenificar la ética con la que trato de orientar mi vida: la construcción de un espacio público en el que podemos reconocer las diferencias que tenemos con los demás, comprometernos con nuestras ideas y buscar arreglos de convivencia que permitan generar bondad y belleza.

Más que un “ejercicio de escritura” esta columna fue una práctica política que me permitió pensar con otros y afectar mis ideas. En una cultura que privilegia los consensos sobre las discusiones tener la posibilidad de tomar públicamente una posición sobre la economía, la política y el género y, desde ella hablar con otros, es fundamental para encontrar mejores formas de vivir juntos. Fue, además, una bella manera de contribuir al testimonio de nuestro tiempo, de dejar algo que en el futuro nos recuerde qué nos preocupaba, cómo nos sentíamos, de qué manera hablábamos. En estos diez textos, mis favoritos, dejo puesta la mesa en la que quiero seguir conversando, ya no con lectores, sino con otros caminantes que como yo estén interesados en detenerse a mirar el mundo:

Sobre las palabras y el compromiso que deberíamos tener con ellas: https://noapto.co/oximoron/ 

Para pensar en nuestra relación con la naturaleza: https://noapto.co/feliz-dia-de-la-tierra/

El lugar del trabajo: https://noapto.co/manicure-y-pedicure/

Sobre la infancia y la música: https://noapto.co/musica-preescolar/

El tiempo: https://noapto.co/contra-lo-expres/

El ethos capitalista: https://noapto.co/la-estetica-del-exito/

La acumulación de riqueza: https://noapto.co/superyates-super-inmorales/

La relación entre prostitución, dominación masculina y capitalismo: https://noapto.co/derecho-al-sexo/

La importancia del pensamiento moral: https://noapto.co/temor-a-la-moral/

La muerte: https://noapto.co/la-regla-de-la-orfandad/

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/

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