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Esteban Mesa

Petro sin vergüenza

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"Además, hoy maneja la agenda nacional a tal punto que parece que fuera el único candidato que lanza propuestas, muchas irrealizables, forzando a todos los demás a reaccionar a sus calculados delirios."

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Nunca que he creído en fantasmas y menos si estamos hablando de política, me molesta la facilidad con la que los populistas crean enemigos y a partir del miedo manipulan a los ciudadanos. Soy de los que cree en ideas, argumentos, proyectos viables, administraciones técnicas, definición de prioridades, seguimiento a indicadores. Prefiero candidatos que digan la verdad sobre los que venden humo, que hoy abundan. No se trata de prácticas exclusivas de un sector político, pero sí hay candidatos que ilustran mejor la magnitud de la amenaza populista. Hoy quiero hablar de Gustavo Petro.

Mi oposición a Petro nada tiene que ver con que se defina de izquierda, es porque lo considero un mal gobernante, mal administrador y, en consecuencia, un riesgo para la estabilidad política y económica de Colombia. Su mirada autoritaria, sus improvisaciones, sus propuestas imposibles, sus incoherencias, su tono hostil en contra del empresariado, su idea de expropiar el ahorro de los ciudadanos, su facilidad para calumniar y proponer alianzas en un mismo trino, me generan, no solo desconfianza, sino temor. Petro ha incorporado en su carácter y en su campaña una combinación explosiva y peligrosa: el populismo y el clientelismo.

Ha interpretado una dolorosa realidad de la política colombiana y es que a la gente le importa más lo que diga un político que lo que haga. Habla, grita que encabeza la lucha contra la corrupción en el mismo evento en el que aparece abrazado a los más torcidos de la política colombiana. Promete cambio mientras hace una campaña igual a las de siempre, aliado con los de siempre.

Además, hoy maneja la agenda nacional a tal punto que parece que fuera el único candidato que lanza propuestas, muchas irrealizables, forzando a todos los demás a reaccionar a sus calculados delirios.

Gracias a ese impacto en la agenda, perdió por completo los escrúpulos y la vergüenza, ahora pacta de frente con quienes durante años llamó corruptos o paramilitares. Aprendió que la gente no pide propuestas realizables, sino que el endulcen el oído. Aprendió que a la gente no le importan los Luis Pérez, Bedoyas, pastores antiderechos, Quinteros o esposas de parapolíticos mientras las palabras les tranquilicen.

La corrupción entra por las campañas, en acuerdos que nunca conocemos, a cambio de votos que la maquinaria tiene perfectamente contados, ubicados, planillados y que verifican mesa por mesa. Los empresarios electorales no dan apoyo, invierten en unas elecciones y esperan una taza de retorno que justifique la inversión. Al negociar con ellos el eventual gobierno queda empeñado.

El discurso del enemigo, el sustentar su popularidad en la pelea permanente, el dividir el país, pueden conducir a un gobierno de mucho show y poca acción, quedarse corto en la capacidad de ejecución de las transformaciones que necesita Colombia.

Si alguien está dispuesto a hacer lo que sea con tal de llegar al poder, ¿se imaginan lo que está dispuesto a hacer para conservarlo?

Sin vergüenza.

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