Existe una frase, equivocadamente atribuida a Churchill (como cientos de otras), que dice: “Los ejércitos siempre se preparan para librar la guerra pasada”. Ya sea por éxitos anteriores o por el miedo a repetir fracasos, los comandantes militares efectivamente invierten mucho tiempo y esfuerzo en tratar de entender mejor los conflictos pasados, sean propios o ajenos. La guerra, no obstante (sobre todo la guerra) como tantas otras actividades humanas, nunca es estática o repetitiva, porque lo que está en juego (tierra, riquezas, poder) es tan importante que quienes las libran suelen invertir mucho tiempo, recursos e inteligencia en prepararse para ganar.
En 1298 en la batalla de Falkirk, el héroe nacional escocés William Wallace y sus hombres, vieron con horror cómo los arcos largos de los ingleses, a una gran distancia, hacían llover miles de pesadas flechas sobre sus unidades hasta destrozarlas. Esa misma arma fue fundamental en las victorias de los ingleses en territorio francés en el siglo XV. En batallas como la de Agincourt, los caballeros con sus títulos pomposos y sus relucientes armaduras no estaban preparados para que las flechas disparadas por unos simples arqueros de a pie los atravesaran. La guerra se había democratizado y decenas de nobles perdieron la vida causando un gran revuelo en la corte. A partir de septiembre de 1914, en la que fue la primera guerra verdaderamente industrial de la historia, millones de soldados franceses, ingleses, rusos, estadounidenses y alemanes, liderados por comandantes que eran expertos en batallas a campo abierto entre grandes ejércitos, cayeron como insectos cuando asaltaban posiciones enemigas ante las ametralladoras que escupían hasta 600 balas por minuto. Los ejemplos de innovaciones y cambios estructurales en la forma de hacer la guerra son múltiples y aterradores: el blitzkrieg o la guerra relámpago de los nazis. El bombardeo aéreo de regiones enteras durante día y noche de aliados y nazis. La bomba atómica. Las bombas “inteligentes” y los ataques quirúrgicos. La ciberguerra. La guerra de drones. Y, sin embargo, todavía muchos ejércitos entran a la batalla pensando en las amenazas y oportunidades del pasado.
Fue Michel Foucault quien dijo que la política era la continuación de la guerra por otros medios. Si conectamos la frase falsamente atribuida a Churchill y esta del historiador y filósofo francés, podríamos entonces decir que también los políticos (y los ciudadanos) suelen prepararse para la campaña pasada. La batalla electoral, como la bélica, premia a quien sepa controlar las amenazas y aprovechar las oportunidades en un contexto que nunca es el mismo de la contienda anterior.
Pienso en la campaña electoral presidencial de 2026 que ya está en pleno apogeo. La mezcla de factores nuevos, reencauchados y preocupantes la hace un verdadero galimatías. Empecemos por la sombra oscura en la habitación. Mataron un senador y precandidato presidencial. Aunque la violencia política no desapareció después de la catastrófica campaña de 1989, no se puede minimizar el hecho de que a Miguel Uribe Turbay lo asesinaron mientras daba un discurso en un barrio de la capital de la república. A la amenaza sicarial (de múltiples y fracturados actores ilegales) se le suma la proliferación exagerada de precandidatos y candidatos. ¡Entre 70 y 90! Algunos pensarán que esto demuestra la salud de nuestra democracia. Yo, por el contrario, creo que la explosión de candidaturas solo indica lo devaluada y fragmentada que está la política. Sin experiencia, sin resultados, sin movimientos y sin proyecto de sociedad la mayoría de los candidatos(as) parecen estar esperando un giro providencial del destino, un reglón en una lista al congreso o un cargo en un eventual gobierno. Finalmente, y en desarrollo de un patrón que viene desde hace varios años, el debate electoral en tiempos de redes, algoritmos y viralidad pierde profundidad, estructura y alcance para convertirse en una carrera de oportunismo, espectáculo y gritería. En ese pantano flotan y avanzan los exalcaldes suspendidos e imputados, la periodista de la ex revista, energúmenos cantantes de mocasín y empresarios que ofrecen balín.
Mientras tanto, los problemas del país se profundizan sin asomo de debates estructurales o propuestas serias. Hay candidatos, como Fajardo, Paloma, Cepeda y Cárdenas, por mencionar algunos, que tienen propuestas y proyectos de fondo, pero que parecen comandantes peleando en otros tiempos, porque la avalancha de mentiras y espectáculos que montan los inescrupulosos y sus bodegas digitales los opacan y borran.
Me gustaría tener alguna idea acerca de cómo actualizar estrategias y herramientas para que el debate político, que nunca ha sido del todo serio ni estructural, se concentre en lo verdaderamente importante; dé luces sobre soluciones a problemas nacionales y permita que brillen quienes se han preparado para liderar desde el conocimiento, la experiencia probada y la ética. Eso quisiera, pero tengo claro que las fuerzas de la desinformación y el espectáculo hoy tienen a su disposición ametralladoras terribles que arrasan con la razón, la profundidad, el análisis y la serenidad. El problema de fondo, que ya no tendrá que ver solo con esta elección, es que esas armas y estrategias apuntan contra la democracia y cada vez más personas las aplauden. Muchos de nosotros, desafortunadamente, seguimos peleando la guerra pasada.
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