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Hay que tener espacio vacío para que lleguen los pensamientos. Eso dice, en algún punto de un libro que guardo cerca, Naval Ravikant.

El espacio vacío se parece, en mí, a la pausa. Olvidar –que es el presupuesto para pensar, como creería Funes el memorioso– abre el camino para un nuevo espacio. Olvidar, o suspender un proceso, es lo que nos permite replantear el camino: el que agota, que detiene, que pesa.

Una pausa: del trabajo, de la lectura, del ejercicio, de la costumbre. Una pausa: el silencio, el descanso, el sueño. Una pausa: la respiración.

En este mundo de tareas por cumplir la pausa es la recompensa. La pausa como sanación es el camino: la pausa como sonido, la música como entrega, el mantra como oración.

Servirse o servir es darse espacio: espacio para encontrar la pausa.

La pausa no es renuncia. La pausa no es perderse. La pausa es encontrar amplitud en lo estático. Y ahí, en esa respiración y en la decisión de mantenerse, es que vuelven las ideas.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valentina-arango/

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