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“Lo que queremos es indignación ofensa distracción. Lo que necesitamos es afirmar que pensar es elitista (…) lo que necesitamos son personas que se sientan abandonadas desposeídas lo que necesitamos son personas que sientan. Lo que necesitamos es pánico queremos pánico subconsciente también queremos pánico consciente. Necesitamos emoción queremos virtud queremos ira. Necesitamos todo ese rollo patriótico. (…) Necesitamos insinuar el enemigo interior. Necesitamos enemigos del pueblo. (…) Necesitamos decir lo mismo de siempre como si fuera una novedad. Necesitamos que las noticias sean lo que decimos que son. Necesitamos que las palabras signifiquen lo que decimos que significan. Necesitamos negar lo que decimos mientras lo decimos.”
Primavera. Ali Smith.
Corro algunas mañanas en una máquina y, mientras observo los árboles, las hojas y los pájaros recién amanecidos, mi mente escribe. Corriendo temprano libero los miedos de la noche y afloran las ideas, así como la fuerza para tejerlas y narrarlas. En un mundo como el que describe la brillante Ali Smith, en el que los poderes se dirigen más y más a extremos furiosos y superficiales, cada vez me pregunto menos por qué escribo, por qué sigo eligiendo este camino difícil que, sin embargo, me llena las venas de vida. Dijo Milan Kundera que “el sueño sobre lo infinito del alma humana pierde su magia en el momento en que la Historia, o lo que ha quedado de ella, fuerza sobrehumana de una sociedad omnipotente, se apodera del hombre”. Así que escribo para seguir ahondando en el alma, para que no me aplaste ese sistema poderoso y postizo empeñado en invisibilizar lo vivo.
Escribí la semana pasada que me sorprendía mucho la mirada simple de Vargas Llosa sobre la suerte de los inmigrantes latinoamericanos porque, precisamente, quien crea universos y escribe novelas profundiza en lo humano, se acerca a la diversidad, se pone en los zapatos de vidas completamente distintas a la suya, haciéndose sus preguntas, resolviendo sus dilemas, sintiendo sus dolores, superando sus obstáculos, y eso intensifica la empatía, impide, casi siempre, la mirada miope o egoísta.
Dice César Fernández García que «para escribir novelas hay que estar loco. Loco por contar grandes verdades mediante pequeñas mentiras». En un contexto de furia, polarización y noticias falsas, nos adentramos cada vez más en el amplísimo debate de lo que significará la inteligencia artificial y pienso en cómo esta tecnología ávida de conocer al máximo a cada persona lo hace sin esfuerzo ni cansancio, sin necesidad de dormir, sin días tristes o menos llenos de energía, y sin que le importe en lo más mínimo esa persona. Todo en frío. Me decía Claudia Restrepo en el podcast Universo No Apto que la imaginación es la conexión entre la capacidad mental y lo improbable. La mirada simple tiene en común con la inteligencia artificial esa frialdad: la incapacidad de imaginar, base fundamental para la empatía, y la imposibilidad de ahondar en la existencia, razón de ser cada vez más urgente de la literatura.
En Primavera, la novela de Ali Smith, mencionan una canción en la que alguien se siente perseguido por unos pasos pesados y fuertes en la montaña, y explican que es el sonido de los pasos de todas las personas del mundo tratadas injustamente, que nos siguen a todos, pero que es “solo en las montañas o en el campo, lejos del alboroto de la ciudad y de nuestro propio ruido, donde podemos oír el verdadero tamaño de lo que nos sigue”. Quienes escribimos vivimos atentos a esos pasos, nos persiguen vigorosamente y los observamos con atención y con dolor. Eso que nos pesa escribe mientras corremos o nos detenemos a oír con calma, imaginando, en un intento de que se sienta también allí donde el alboroto y el ruido han instalado la sordera.
“El espíritu de la novela es el espíritu de la complejidad. Cada novela dice al lector: «Las cosas son más complicadas de lo que tú crees»”, escribió también Milan Kundera, y eso, saber que todo es más profundo, nos lleva a seguirnos preguntando por la vida, nos mantiene alerta. Así que tal vez escribo para permanecer despierta, para desenterrar el dolor, para no dejar de identificar la lucecita que brilla en la imaginación y que prevalezca lo vivo, para que el asombro me obligue a perseguir la belleza.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/