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Perfiles en redes sociales como “Colombia Oscura” o “Denuncias Antioquia” se dedican a publicar videos donde linchan o asesinan a balazos a ladrones. Su afición por visibilizar la historia local de la infamia ha derivado en la creación de una jerga que banaliza la justicia por mano propia, la venganza y la sevicia. A aquellos que golpean delincuentes — muchas veces hasta la muerte— con palos, cascos, puños y patadas los llaman “paloterapeutas”, practicantes de la “paloterapia”, una técnica, según ellos, para solucionar el crimen. Cuando alguien asesina a tiros a un ladrón ellos describen la situación como “una inserción de chip No Roba Más (NRM)”. Cuando una persona es golpeada brutalmente ellos hablan de “recalibración cognitiva”. Las frases con las que describen la violencia son ingeniosamente aterradoras.

En este país la venganza y la justicia por mano propia han estado detrás de los cientos de miles de velorios a los que hemos asistido. La idea de ajusticiar a quienes cometen un crimen, o a quienes amenazan la propiedad privada, o incluso a los que piensan distinto, es parte de nuestra construcción reciente como nación. Las explicaciones de este fenómeno complejo son muchas, pero indudablemente la debilidad estatal y su incapacidad de ejercer el monopolio de la violencia para hacer cumplir la ley, son variables centrales. Ante este hecho la elección de los nacidos en la tierra de Raúl Gómez Jattin ha sido autogestionar la justicia, volver al estado de naturaleza hobbesiano de la supervivencia del más fuerte, de la guerra permanente, de la amenaza constante.

Ante una insuficiente gestión de la seguridad los “paloterapeutas”, las “inserciones de chip” y las “recalibraciones cognitivas” son celebradas. Son muchas las personas que se alegran cuando un delincuente es asesinado, cuando hay ejecuciones extrajudiciales, cuando se aplican “penas de muerte”. En esa reacción se mezclan la incapacidad de los organismos de seguridad de proteger a los ciudadanos, la rabia justificada de las personas que han visto morir a muchos mientras los roban, y un desprecio cultural hacia la vida del que incumple la ley, de las “ratas”. En Antioquia parece que esa reacción violenta ante el que se considera “malo” tiene cierta recurrencia.  De acuerdo con la Encuesta de Cultura Ciudadana de Medellín en 2021 el 14.5% de las personas pensaban que si un policía atrapaba un ladrón debía matarlo.

Los valores culturales antioqueños tienen un lado oscuro. Al lado de hospitalidad, la amabilidad, la celebración del trabajo, la fuerza y la inteligencia está el chauvinismo, el parroquialismo, la xenofobia, el racismo y la violencia. El amor por nuestras posesiones, que se refleja en nuestro orgullo por nuestro territorio, es también la causa de su defensa a sangre y fuego. Quien amenace de alguna manera nuestra propiedad privada merece ser castigado severamente. Y si el Estado no lo hace, pues lo hacemos nosotros.     ¿Ver tantos muertos le ha restado valor a la vida? ¿Por qué somos dados a ejercer penas de muerte? La celebración del asesinato, la dicha en redes sociales cuando matan un ladrón supone uno de los límites para la construcción de una sociedad civilizada, o bien ordenada, o justa. Esto es un problema público muy grave que debe ser atendido desde distintos puntos. Las dependencias de cultura ciudadana tienen una tarea enorme en el plano de lo simbólico, de la resignificación de los valores que aceptan el ojo por ojo. La popularidad de la “paloterapia” indica que estamos como muchas veces, coqueteando con el abismo social.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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