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Un pitido lejano se intensifica. Fastidia. Es sorprendente cómo lo olvida todos los días. Siempre el mismo sonido, seguido del mismo asombro. Ambos se evaporan tras tocar la pantalla. Amelia pospone la alarma. Sabe que ha puesto otras tres y todavía tiene tiempo para dormir. Por su ventana apenas entra una luz tenue. Son las cinco y media de la mañana. Puso la alarma una hora más temprano para terminar tareas pendientes que no logró concluir en la noche.
Se levantó una hora más tarde. El sol, ahora fuerte, se encargó de hacer el trabajo que la alarma dejó empezado. Son las siete y media. Corre a la ducha. Pone el agua a calentar mientras enciende su parlante y piensa qué tipo de música encaja en ese momento. ¿Salsa, pop, cumbia, clásica, rock, jazz? Al final, escoge Only Time de Enya.
Se viste y, en chanclas, se dirige a la cocina. Pone a hervir agua, pica tomate y queso para el huevo y coloca un croissant en el hornito. Cuando termina de desayunar son las nueve y veinte. En una hora deberá salir a clase. Toma el café que le queda y se lo lleva a su escritorio. Se lo toma mientras revisa las notificaciones de las diferentes redes sociales.
Aprovecha esa hora para enviar un par de correos. El tiempo se le escapó. Saldrá hacia la universidad. Camina hacia la estación de bus que queda cerca a su casa. Llega justo a tiempo y encuentra un lugar para sentarse. Se pone audífonos y contempla los edificios y los pocos árboles que encuentra en el camino.
Llega a clase. Saca su computador. Toma apuntes. Mira el reloj. Falta una hora para almorzar. Escucha al profesor. Solo escucha y copia, después pensará. Sale del salón y, junto con dos amigos, se dirige a hacer la fila para almorzar. Uno se encarga de buscar una mesa. Ordenan y esperan ver su turno en la pantalla. Hablan de lo aburrida que estuvo la clase. Recogen su almuerzo. Comen en silencio.
Regresan a clase. Llaman a lista. Escucha y toma apuntes. De vez en cuando abre WhatsApp o Pinterest. A veces se deja llevar y pierde el hilo de la clase, pero otras veces sigue con los apuntes tras la mirada inquisitiva del profesor. Escucha y toma apuntes. Espera que termine la clase. Piensa que aún le faltan dos años y media para graduarse. Tiempo.
Son las tres de la tarde. Tiene otra clase hasta las cinco. Se desplaza al salón. Llena su termo en el trayecto. Entra, toma asiento, llaman a lista, escucha y toma apuntes. Cuenta cada minuto de la horrible clase. Convence a dos amigos de que la acompañen hasta la estación donde toma el bus de regreso.
A esa hora no encuentra silla disponible en el bus. Se agarra de las barandas mientras protege su celular con la otra mano. Son las cinco y veinticinco. Llega a su casa a las seis y cuarenta por culpa del taco. Piensa que falta un año para cambiar su rutina. “El tiempo vuela”, le han dicho sus padres desde el segundo semestre.
Debe leer un par de documentos extensos. Uno de sus profesores le dijo que esperaba que utilizaban su tiempo de desparche para hacer la tarea. Mañana hará control de lectura. A la mierda el profesor, piensa. Decide ponerse pijama y perderse en las redes sociales.
Sabe que se ha hecho tarde. Su estómago se lo indica. Revisa y, en efecto, son las ocho. Prepara algo de comer mientras escucha un podcast sobre viajes en el tiempo.
Termina de comer a las nueve y media. Se siente agotada, pero debe leer. Coloca su computador sobre el escritorio. Buscaba el documento cuando recibió una notificación. Su mejor amiga le envió un video por Instagram. Decide verlo de inmediato. Se trata de una nueva pizzería cerca a su casa. Le responde que tienen que ir un día de estos. “Toca sacar tiempo”, le contesta de inmediato su amiga.
Cuando suelta el celular son las diez y quince. Ya está agotada. Piensa que pronto será el fin de semana. Pronto pasarán dos años y medio. El tiempo se llevará su monotonía. En todo caso, se levantará más temprano mañana para leer.
Al otro día, un pitido lejano se intensifica. Fastidia. Es sorprendente cómo lo olvida todos los días. Siempre el mismo pitido, seguido del mismo asombro. Ambos se evaporan tras tocar la pantalla. Amelia pospone la alarma. Sabe que ha puesto otras tres y todavía tiene tiempo para dormir. Por su ventana apenas entra una luz tenue. Son las cinco y media de la mañana. Puso la alarma una hora más temprano para terminar tareas pendientes que no logró concluir en la noche.
And who can say where the road goes
Where the day flows
Only time
Who knows
Only time
Who knows
Only time.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/