No tengo que pertenecer a lo que se está moviendo

No tengo que pertenecer a lo que se está moviendo

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Siempre busco despertarme en calma: para que las palabras lleguen y el sentido aparezca. ¿Con cuáles de los lugares con los que interactúo no me identifico? ¿Cómo transformo esos vínculos para que busquen la coincidencia? ¿Lo que me separa de ellos nace en mi carencia? ¿Quiero seguir buscando lugares en los que puedo ser en mi totalidad?

Hay lugares y personas que son casas sin necesidad de una razón o un sentido. Ese sentimiento de acogimiento existe sin importar la temporalidad, o el deseo de coincidir o pertenecer. Esas casas son el abrazo, la compañía, el entendimiento, la palabra, el tiempo, la guía, el sentido, la fuerza, el camino, la trascendencia. Pertenecer se siente –en ellos y sin más– por la identificación: cuando encontramos un poco de ellos en uno y un poco de uno en ellos, así sea un simple anhelo. Pertenecer se siente con el reflejo al encontrar la imagen de lo que nos sigue.

Despertarme en calma: para entender, en la pausa, que hay lugares que no son casas, lugares que no están pensados para permanecer. ¿Debería resistir? ¿Puedo encontrar coincidencias y desprender lo que nos separa? ¿La no-identificación debería ser el motor de mis decisiones?

Los lugares que no son casas han sido, también, la posibilidad de entender la desconexión, la dificultad y lo que no me mueve. ¿Cómo seguir si no identifico lo que nos une y nos abre camino? ¿Cómo estar con alguien con quien no coincido, no resueno, no me encuentro? 

Calma: para entender la unidad, lo cierto, y lo maleable.

Calma

para entender que la vida, aunque es solo hoy, tiene siempre el beneficio de la transformación –a lo que llena, coincide, despierta, moviliza, encuentra, y fluye–.

Esa vida, que es hoy, es también una casa en tránsito.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valentina-arango/

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