No puede ser paisaje

Para escuchar leyendo: Mba’e pa’ doña Froilana,Teresa Parodi.

En 1977, con el acuerdo 03 del Concejo Municipal, la ciudad decidió que un pedazo de Medellín, en el norte cerca del recién creado Jardín Botánico, sería el botadero público. Allí se levantó “El Morro”, una montaña de desperdicios que alcanzó los 35 metros y más de 1,5 millones de toneladas de todo lo que los demás no querían ver. Sobre esa herida, y apurados por la necesidad, cientos construyeron sus casas con tablas, latas y sueños más tercos que el olor y el peligro constante.

El basurero cerró en abril de 1984, durante la administración de Juan Felipe Gaviria, el alcalde que entendió que aquello era cuando menos un sin sentido, pero la cicatriz quedó expuesta. Durante los noventa y dos mil, poco a poco, la ciudad empezó a mirarlo distinto. Llegaron los primeros proyectos de recuperación, luego el Plan Parcial de 2004, en la Alcaldía de Sergio Fajardo, cuando la ciudad se atrevió a soñar en convertir ese cerro de basura en un jardín urbano. No un parquecito, no un adorno. Se activó el macroproyecto urbano, se descontaminó el suelo, y se diseñó un jardín comunitario de 30.000 m², con 50.000 plantas ornamentales y 327 árboles nuevos. Y, como acto de fe, de osadía política y estética, allí se levantó el único edificio de Rogelio Salmona en Medellín, el Centro Cultural y Comunitario de Moravia, puesto justo allí como si la arquitectura también pudiera pedir perdón.

Ese milagro tuvo nombres: comunidades organizadas, liderazgos locales y valientes, gobiernos sensatos, técnicos, equipos de ingenieros y jardineros que entendieron que dignidad y belleza podían caber en el mismo metro cuadrado. Moravia se volvió ejemplo, postal, orgullo, faro.

Pero en los últimos años, la historia se torció.

Bajo la Alcaldía del renunciado, el jardín volvió a ser ocupado por familias sin otra opción que treparse al Morro. No es culpa de quienes llegaron: es el fracaso de un Estado que deja pudrir lo que un día decidió salvar, que abandona lo conquistado. Pero lo más grave es la indolencia: ahí está Moravia, visible desde el metro, las avenidas, la Terminal del Norte. Lo miramos pasar como si fuera paisaje, como si no nos tocara. Eso ya no es culpa del renunciado, es de todos nosotros.

Un jardín no se abandona así. Menos uno que costó décadas de esfuerzo y millones de pesos, pero, sobre todo, una proeza comunitaria y política que pocas ciudades logran. Lo que hoy vemos es un retroceso brutal, un síntoma de cómo Medellín se acostumbra a perder lo ganado.

No basta con lamentarse. La pregunta que debemos gritar es simple:

¿Quién responde?

¿Quién explica cómo permitieron que un símbolo de regeneración urbana volviera a llenarse de techos improvisados y suelos contaminados? ¿Por qué no hubo una política de vivienda digna que evitara esta reocupación? ¿Por qué el desinterés o el miedo de la Alcaldía en controlar el territorio? Porque Moravia es un síntoma de una enfermedad profunda que se está comiendo nuestros cerros. ¿Qué hicieron mientras los m² de flores eran reemplazados por paredes de plástico?

Recuperar el jardín urbano no es un capricho estético. Es un deber con quienes vivieron entre la basura y soñaron con otro horizonte. Con quienes se atrevieron a plantar flores sobre el veneno. Con quienes creyeron que el arte, la cultura y la naturaleza podían florecer incluso en el lugar más improbable. Recuperarlo es también garantizar que quienes hoy viven allí tengan un espacio digno para desarrollar sus vidas, para tener la certeza de un techo seguro sobre sus cabezas.

A esos que lo hicieron posible alguna vez, a quienes apostaron por poner allí la única obra de Salmona en Medellín, les debemos algo más que un aplauso. A quienes hoy viven entre los peligros y el olvido, les debemos algo más que una mirada compasiva. Les debemos la urgencia de volver a defender lo que ya había sido conquistado. Les debemos la dignidad que una sociedad debe reconocer.

Moravia no es paisaje, no puede ser paisaje. Es espejo. Y lo que hoy refleja, Medellín altanera de 350 años, no nos deja bien parados.

Ánimo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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