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Salomé Beyer

La trampa de la sororidad

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Me han vendido a las mujeres como si fueran mi competencia y he estado convencida, durante muchos años de mi vida, que debo trabajar no por una meta, sino para ser la mejor de las mujeres a mi alrededor. Me han dicho, a través tanto de palabras como acciones, que no puede haber dos mujeres en posiciones de poder en una misma organización, y que no hay punto medio entre ser amigas y enemigas. 

Competí con otra mujer por un nombramiento cuando estábamos en el colegio. Había sido mi amiga, y me apoyó para lograr muchos de mis sueños. Ambas somos feministas, infinitamente apasionadas por lo que hacemos, profundamente comprometidas con mantener nuestra imagen. Por esa época, nos sentíamos amenazadas por la otra; terminamos peleando y no hemos hablado desde entonces. Ella ganó el nombramiento, yo perdí, y se disolvió nuestra amistad. Hasta el día de hoy no me arrepiento de lo que pasó, y creo que nunca le hablaré más allá de un saludo si nuestros caminos se vuelven a cruzar. 

El feminismo también ha visto estos patrones de sabotaje y enemistad entre mujeres, y reconoce el poder que tenemos una vez las mujeres nos unimos. Se habla de sororidad, de apoyarnos entre mujeres, de quebrar los sistemas de pensamiento que nos dicen que la otra es nuestra competencia. El feminismo celebra la sororidad como si fuera el único objetivo, pero se quedó ahí. Así es como descubrí la trampa de la sororidad. 

Me prometí a mí misma que nunca iba a volver a competir con otra mujer de esa manera, sintiendo que debía ganarle porque no había espacio para ambas. Me he prometido que cuando trabaje, voy a celebrar a las otras mujeres, y he excusado a quienes han incurrido en estos comportamientos destructivos porque sé que a todas nos han criado en una sociedad que nos divide y nos reprime. Y aunque no lo noten, este es el clímax de la sociedad patriarcal. Porque mientras nos criticamos entre nosotras, nos odiamos y tratamos de dañar nuestras imágenes, gastamos el tiempo y la energía que podríamos estar utilizando para derribar los sistemas que nos mantienen oprimidas, objetivadas, sexualizadas, abusadas y calladas. 

Sé que hay mucho por decir sobre el mundo patriarcal, y sé que muchísimos hombres no notan su existencia. Es difícil hacerlo cuando los beneficia de muchas maneras. Y cuando los afecta, se asume y justifica en condiciones biológicas o explicaciones existencialistas que no llegan al punto. Lamentablemente, Medellín es una ciudad que celebra a las instituciones del matrimonio heterosexual y la familia como primordiales, o donde se rechaza a las mujeres que «se desvían» de este camino que se tiene planeado para ellas incluso antes de nacer. Claro, he explicado en columnas anteriores que el patriarcado también les afecta a los hombres, pero tenemos que ampliar nuestro análisis mucho más para explicar por qué, por ejemplo, la violencia no es innata en ellos si no una respuesta a la sociedad. 

Recientemente he comenzado a criticar mucho más al movimiento feminista, o por lo menos el que está a mi alrededor. Siempre seré feminista, porque creo que, por lo menos en las generaciones que están vivas hoy, se tienen que seguir reconociendo las desventajas que implica un modelo patriarcal. Claro, espero que no se siga necesitando la existencia del movimiento en el futuro, pero no veo aún la claridad social que se necesita para su disolución. 

Por esta razón quiero cuestionar el concepto de la sororidad. Como expliqué, este implica que no hay punto medio entre amistad y enemistad entre mujeres. O somos sororas y amigas, apoyándonos en cada paso que damos, o somos harpías, listas para dañar el buen nombre de la otra, o usurpar lo que tiene.

Tiene que haber espacio para no llevárnosla bien entre nosotras sin necesidad de explicarlo como la “naturaleza” engañosa de las mujeres. No creo que las mujeres queramos competir con las otras siempre. Sé que somos muchísimo más fuertes unidas, pero reconozco que siempre va a haber conflictos entre nosotras. No quiero caer en la trampa de la sororidad infinita, de ver a todas las mujeres como mis hermanas, porque no lo son. 

Hay mujeres que amo con todo mi corazón. Mujeres que me ayudan a ser mejor todos los días, que me han criado y guiado. Pero también hay mujeres que me han herido profundamente, y es natural que no las quiera cerca, aunque sea feminista. No es sorprendente que no las quiera celebrar como lo hago con las mujeres que sí amo. La trampa de la sororidad es asumir que por nuestro género, o por feministas, tenemos que estar de acuerdo. 

Al movimiento feminista que conozco le hace falta este entendimiento del mundo real. Le hace falta reconocer que las mujeres sí podemos apoyarnos entre nosotras, pero también podemos no hacerlo por el simple hecho de que no nos caemos bien. Le hace falta expresar que el hecho de que deseemos profundamente que todas las mujeres vivan con dignidad no significa que las vaya a amar a todas, o que las veré como mis hermanas. Estoy cansada de vivir en una sociedad que me dice que mi naturaleza es contraria a mi feminismo. Porque podemos no ser sororas, podemos odiarnos, podemos herirnos, y aún así, querer nuestra emancipación.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/salome-beyer/

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