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Tuve mi época Alice Munro después de que ganó el Nobel de Literatura en 2013. Hace poco me regalaron un libro suyo y me espera en la biblioteca porque es una cuentista maravillosa, considerada una de las mejores de esta época. Alice Munro, la única que ha recibido en Canadá ese galardón de las letras, es la misma que guardó silencio cuando supo que su esposo abusaba de su hija. Es más, siguió con él. ¿Podré seguirla leyendo después de esta noticia?
Leer el artículo Mi padrastro abusó sexualmente de mí cuando yo era una niña. Mi mamá, Alice Munro, eligió quedarse con él, que escribió la hija de Alice Munro, Andrea Skinner, causa estupor y momentos de rabia: cómo se le ocurrió hacer eso, siente una, seguir de esposa del hombre que abusó de la hija; considerarlo, ante todo, una traición. En ese escrito la hija dice que Alice le respondió en una carta que le dijeron muy tarde, ya lo amaba mucho y “la cultura misógina es la culpable si esperaba que ella negara sus propias necesidades, se sacrificara por sus hijos y compensara las fallas de los hombres”.
Cuando supo del abuso, 16 años después, Munro primero dejó a su esposo, Gerald Fremlin, porque se sintió humillada y vio a Skinner como una rival. Luego volvió con él, quien la convenció de que la niña, que tenía nueve años cuando empezó el abuso, lo había seducido, era una “homewrecker”, y se quedó con él, pese a que cuando la hija reportó lo que pasó a la policía, Fremlin fue declarado culpable de agresión y sentenciado a dos años de libertad condicional, con orden de mantenerse alejado de niños menores de 14 años.
La justificación de Munro puede funcionar en otro contexto: una madre no debe renunciar a sus deseos ni sacrificarlo todo por sus hijos porque ella tiene una vida que es independiente. Pero: tu esposo, el hombre con el que duermes todos los días, abusó sexualmente de tu hija de nueve años. Él mismo se declaró culpable.
Y uno repite mientras lee, elegir quedarse. No hay manera de defender a Munro, de entenderla.
Solo que la vida tiene matices, y más cuando uno no tiene acceso a todo el contexto, y hay más reflexiones.
La obsesión del amor romántico o la familia perfecta, el amar sobre todas las cosas aunque ese amor te haga daño a vos o a alguien más. La incapacidad de irse, porque eso pasa: ser incapaz de irse, por lo que sea, obsesión, miedo, soledad, manipulación. Según el escrito de Skinner, Fremlin convenció a Munro de que una niña de nueve años lo sedujo. Y Munro dijo alguna vez: Fremlim era el amor de su vida.
Luego, nos hemos dedicado a la escritora famosa, estamos aterrados porque nos mostraron a otra mujer que no conocíamos y su decisión nos ha parecido horrorosa, qué clase de ser humano, de madre eras, le hemos preguntado a una muerta.
Pero: el papá de Skinner, Jim Munro, supo que Fremlin abusaba de su hija, y eligió el silencio. No le dijo a Munro y guardó el secreto por 16 años. Su nueva esposa fue la primera que supo poco después del primer abuso, y le contó, pero él se quedó callado y luego todos se quedaron callados, y quizá pensó, dicen las noticias, que podía cuidar a su hija desde lejos, pero la hija siguió expuesta a Fremlin, y el abuso persistió de muchas maneras por varios años. De él poco se ha hablado, o un par de líneas solamente, porque Munro es la que conocemos y la cuentista famosa y, digamos, la más terrible. ¿Y la que es mujer?
Pienso en una sociedad pacata, timorata, puritana, vergonzosa, mojigata, retraída. Dañada.
Este dato me lo encontré en el artículo de The Conversation El horror gótico de Alice Munro: un ajuste de cuentas con la oscuridad de un ícono feminista: Gatehouse, una agencia que acompaña a sobrevivientes de abuso sexual infantil, y a la que Skinner y sus hermanos acudieron, dice que este tipo de respuesta familiar es trágicamente común. Hagamos de cuenta que no pasó nada para que nuestra familia siga tan prestante social y moralmente.
El silencio permite que siga siendo tan difícil que una víctima de abuso sexual se atreva –quiera y pueda– contarlo. Hay avances, pero falta mucho. No se necesitan muchos datos: cuando uno es mujer empieza a darse cuenta de que en su círculo de familiares y amigas hay muchas que han sido acosadas o abusadas sexualmente. Aun así, cuánto silencio.
Entonces, ¿cancelamos a Munro? ¿No la volvemos a leer? Pues ahí volvamos al eterno debate de si hay que separar la obra del artista, y esa respuesta es un depende. Hay que revisar cada caso, pero separarlo de tajo haría que no pudiéramos leer a artistas como Bukowski y Hemingway, y la lista es larga. De todas maneras, la obra de esos artistas tiene mucho que ver con lo que eran, y mucha de su belleza está en su monstruosidad.
Nombré justamente a Bukowski porque era terrible, pero hay poemas conmovedores, sutiles, reales, que escudriñan en la condición humana. En su obra encuentras mucha sensibilidad y mucha vulnerabilidad.
La situación me hace pensar que cuando leemos también estamos enfrentándonos al ser humano, y el ser humano es todo eso: lo bueno, lo malo y lo horrible.
En el artículo de The Conversation justo nos confrontan con nosotros mismos: “Parte de nuestra horrorizada repulsión colectiva hacia Munro proviene de la pesadilla de confrontar nuestro peor yo… Tememos al monstruo del reflejo”. Nosotros también podemos ser monstruos, pero ¿quién es al final el que ve al monstruo?
No voy a dejar de leer a Munro por lo nuevo que sé de ella, porque para mí, más que separar la obra del artista, hay que leer esas obras sabiendo quiénes eran quienes las hicieron. Y Munro también era todo eso tan monstruoso. Ella parece un personaje de sus cuentos, pero nos toca abrir los ojos porque no es ficción.
Otros escritos de este autora: https://noapto.co/monica-quintero/